Vv. 12—15. Los ministros del evangelio están descritos por la obra de su oficio que es servir y
honrar al Señor. Deber de ellos no sólo es dar buen consejo, sino también advertir al rebaño los
peligros y reprobar lo que estuviera mal. La gente debe honrar y amar a sus ministros porque su
actividad es el bienestar de las almas de los hombres. —La gente debe estar en paz consigo misma
haciendo todo lo que pueda para guardarse contra toda diferencia, aunque el amor a la paz no debe
permitir que hagamos la vista gorda ante el pecado. Los espíritus temerosos y pesarosos deben ser
animados, y una palabra amable puede hacer mucho bien. Debemos tolerar y soportar. Debemos ser
pacientes y controlar el enojo, y esto con todos los hombres. Sean cuales sean las cosas que nos
hagan los hombres, nosotros tenemos que hacer el bien al prójimo.
Vv. 16—22. Tenemos que regocijarnos en las bendiciones de la criatura, como si no nos
regocijáramos, sin esperar vivir muchos años y gozándonos durante todos ellos, pero si nos
regocijamos en Dios podemos hacerlo para siempre jamás. Una vida verdaderamente religiosa es una
vida de gozo constante. Podemos regocijarnos más si oramos más. La oración ayudará a llevar
adelante todo asunto lícito y toda buena obra. Si oramos sin cesar no nos faltará tema para dar
gracias en todo. Veremos razones para dar gracias por perdonar y prevenir, por las misericordias
comunes y las excepcionales, las pasadas y las presentes, las espirituales y las temporales. No sólo
por las cosas prósperas y agradables, sino también por las providencias aflictivas, por los castigos y
las correcciones, porque Dios designa todo para nuestro bien, aunque, en la actualidad, no veamos en
qué nos ayuda. —No apaguéis al Espíritu. Se dice que los cristianos son bautizados con el Espíritu
Santo y con fuego. Él obró como fuego, iluminando, avivando y purificando las almas de los
hombres. Como el fuego se apaga quitándole el combustible, y se sofoca echándole agua, o
poniéndole mucha tierra encima, así debemos tener cuidado de no apagar al Espíritu Santo
consintiendo los afectos y concupiscencias carnales, preocupándonos sólo de las cosas terrenales.
Los creyentes suelen impedir su crecimiento en la gracia al no darse a los afectos espirituales
producidos en sus corazones por el Espíritu Santo. —Por profecía entiéndase aquí la predicación de
la palabra, la interpretación y la aplicación de las Escrituras. No debemos despreciar la predicación
aunque sea simple, y no nos diga más de lo que sabíamos antes. Debemos escudriñar las Escrituras.
Si probamos todas las cosas, debemos retener lo que es bueno. Debemos abstenernos de pecar, y de
todo lo que tenga apariencia de pecado, que conduzca o se aproxime al pecado. El que no se refrena
de las apariencias del pecado, el que no elimina las ocasiones de pecar, y no evita las tentaciones ni
el acercamiento al pecado, no se mantendrá por mucho tiempo sin pecar.