Vv. 13—18. Aquí hay consuelo para los parientes y amigos de los que mueren en el Señor. La
pena por la muerte de amigos es lícita; podemos llorar nuestra propia pérdida, aunque sea ganancia
para ellos. El cristianismo no prohíbe nuestros afectos naturales y la gracia no los elimina. Pero no
debemos exagerar nuestros pesares; esto es demasiado parecido a los que no tienen esperanza de una
vida mejor. La muerte es desconocida y poco sabemos del estado después de morir, pero las
doctrinas de la resurrección y de la segunda venida de Cristo son remedio contra el temor a la
muerte, y contra la pena indebida por la muerte de nuestros amigos cristianos; tenemos la plena
seguridad de estas doctrinas. —Será felicidad que todos los santos se junten y permanezcan juntos
para siempre, pero la dicha principal del cielo es estar con el Señor, verle, vivir con Él, y gozar de Él
para siempre. Debemos apoyarnos unos a otros en los momentos de tristeza; sin mortificar los
espíritus unos a otros ni debilitarnos las manos de unos y otros. Esto puede hacerse porque hay
muchas lecciones que aprender sobre la resurrección de los muertos y la segunda venida de Cristo.
¡Qué consuelo para el hombre cuando se le diga que va a comparecer ante el trono del juicio de
Dios! ¿Quién puede ser consolado con estas palabras? Sólo el hombre a cuyo espíritu da testimonio
Dios que sus pecados han sido borrados y los pensamientos de su corazón son purificados por el
Espíritu Santo, de modo que puede amar a Dios y magnificar dignamente su nombre. No estamos en
estado seguro a menos que esto sea así en nosotros o que deseemos que así sea.