V. 1. El apóstol procede a tratar el deber de los amos con sus siervos. No sólo se les pide justicia,
sino estricta equidad y bondad. Deben tratar a los siervos como esperan que Dios los trate a ellos.
Vv. 2—6. No pueden desempeñarse rectamente los deberes si no perseveramos en la oración
ferviente, y velamos con acción de gracias. La gente tiene que orar en particular por sus ministros.
—Se exhorta a los creyentes a una conducta justa con los incrédulos. Tened cuidado en todo lo que
converséis con ellos, en hacerles el bien, y dar prestigio a la religión por todos los medios lícitos. La
diligencia para redimir el tiempo da buen testimonio de la religión ante la buena opinión ajena. Aun
lo que sólo es un descuido puede causar un perjuicio duradero a la verdad. —Todo discurso debe ser
discreto y oportuno, como corresponde a los cristianos. Aunque no siempre sea de gracia, siempre
debe ser con gracia. Aunque nuestro discurso sea sobre algo común, debe ser, sin embargo, de un
modo cristiano. La gracia es la sal que sazona nuestro discurso e impide que se corrompa. No basta
con responder lo que se pregunta a menos que también respondamos rectamente.