Vv. 10—18. La fuerza y el valor espiritual son necesarios para nuestra guerra y sufrimiento
espiritual. Los que desean demostrar que tienen la gracia verdadera consigo, deben apuntar a toda
gracia; y ponerse toda la armadura de Dios, que Él prepara y da. La armadura cristiana está hecha
para usarse y no es posible dejar la armadura hasta que hayamos terminado nuestra guerra y
finalizado nuestra carrera. El combate no es tan sólo contra enemigos humanos, ni contra nuestra
naturaleza corrupta; tenemos que vérnosla con un enemigo que tiene miles de maneras para engañar
a las almas inestables. Los diablos nos asaltan en las cosas que corresponden a nuestras almas y se
esfuerzan por borrar la imagen celestial de nuestros corazones. —Debemos resolver, por la gracia de
Dios, no rendirnos a Satanás. Resístidle, y de vosotros huirá. Si cedemos, él se apoderará del terreno.
Si desconfiamos de nuestra causa o de nuestro Líder o de nuestra armadura, le damos ventaja. —
Aquí se describen las diferentes partes de la armadura de los soldados bien pertrechados, que tienen
que resistir los asaltos más feroces del enemigo. No hay nada para la espalda; nada que defienda a
los que se retiran de la guerra cristiana. —La verdad o la sinceridad es el cinto. Esto rodea todas las
otras partes de la armadura y se menciona en primer lugar. No puede haber religión sin sinceridad.
—La justicia de Cristo, imputada a nosotros, es una coraza contra los dardos de la ira divina. La
justicia de Cristo, implantada en nosotros, fortifica el corazón contra los ataques de Satanás. —La
resolución debe ser como las piezas de la armadura para resguardar las partes delanteras de las
piernas, y para afirmarse en el terreno o caminar por sendas escarpadas, los pies deben estar
protegidos con el apresto del evangelio de la paz. Los motivos para obedecer en medio de las
pruebas deben extraerse del claro conocimiento del evangelio. —La fe es todo en todo en la hora de
la tentación. La fe, tener la certeza de lo que no se ve, como recibir a Cristo y los beneficios de la
redención, y de ese modo, derivar gracia de Él, es como un escudo, una defensa en toda forma. El
diablo es el malo. Las tentaciones violentas, por las cuales el alma se enciende con fuego del
infierno, son dardos que Satanás nos arroja. Además, los malos pensamientos de Dios y de nosotros
mismos. La fe que aplica la palabra de Dios y a la gracia de Cristo, es la que apaga los dardos de la
tentación. —La salvación debe ser nuestro yelmo. La buena esperanza de salvación, la expectativa
bíblica de la victoria, purifican el alma e impiden que sea contaminada por Satanás. —El apóstol
recomienda al cristiano armado para la defensa en la batalla, una sola arma de ataque, la cual es
suficiente, la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Somete y mortifica los malos deseos y
los pensamientos blasfemos a medida que surgen adentro; y responde a la incredulidad y al error a
medida que asaltan desde afuera. Un solo texto bien entendido y rectamente aplicado, destruye de
una sola vez la tentación o la objeción y somete al adversario más formidable. —La oración deben
asegurar todas las demás partes de nuestra armadura cristiana. Hay otros deberes de la religión y de
nuestra posición en el mundo, pero debemos mantener el tiempo de orar. Aunque la oración solemne
y estable pueda no ser factible cuando hay otros deberes que cumplir, de todos modos las oraciones
piadosas cortas que se lancen son siempre como dardos. —Debemos usar pensamientos santos en
nuestra vida corriente. El corazón vano también será vano para orar. Debemos orar con toda clase de
oración, pública, privada y secreta; social y solitaria; solemne y súbita; con todas las partes de la
oración: confesión de pecado, petición de misericordia y acción de gracias por los favores recibidos.
Y debemos hacerlo por la gracia de Dios Espíritu Santo, dependiendo de su enseñanza y conforme a
ella. Debemos perseverar en pedidos particulares a pesar del desánimo. Debemos orar no sólo por
nosotros sino por todos los santos. Nuestros enemigos son fuertes y nosotros no tenemos fuerza, pero
nuestro Redentor es todopoderoso, y en el poder de su fuerza, podemos vencer. Por eso debemos
animarnos a nosotros mismos. ¿No hemos dejado de responder a menudo cuando Dios ha llamado?
Pensemos en esas cosas y sigamos orando con paciencia.