Vv. 1—6. Cristo no será el Salvador de nadie que no lo reciba y confíe en Él como su único
Salvador. Prestemos oído a las advertencias y las exhortaciones del apóstol a estar firmes en la
doctrina y la libertad del evangelio. Todos los cristianos verdaderos que son enseñados por el
Espíritu Santo, esperan la vida eterna, la recompensa de la justicia, y el objeto de su esperanza, como
dádiva de Dios por fe en Cristo; y no por amor de sus propias obras. —El convertido judío puede
observar las ceremonias o afirmar su libertad, el gentil puede desecharlas o participar en ellas,
siempre y cuando no dependa de ellas. Ningún privilegio o profesión externo servirá para ser aceptos
de Dios sin la fe sincera en nuestro Señor Jesús. La fe verdadera es una gracia activa; obra por amor
a Dios y a nuestros hermanos. Que estemos en el número de aquellos que, por el Espíritu, aguardan
la esperanza de justicia por la fe. —El peligro de antes no estaba en cosas sin importancia en sí,
como ahora son muchas formas y observancias. Pero sin la fe que obra por el amor, todo lo demás
carece de valor, y comparado con ello las otras cosas son de escaso valor.
Vv. 7—12. La vida del cristiano es una carrera en la cual debe correr y mantenerse si desea
obtener el premio. No basta con que profesemos el cristianismo; debemos correr bien viviendo
conforme a esa confesión. Muchos que empezaron bien en la religión son estorbados en su avance o
se desvían del camino. A los que empezaron a salirse del camino o a cansarse les corresponde
preguntarse seriamente qué les estorba. —La opinión o la persuasión, versículo 8, sin duda, era la de
mezclar las obras de la ley con la fe en Cristo en cuanto a la justificación. El apóstol deja que ellos
juzguen de dónde surgió, pero muestra lo suficiente para indicar que no se debe a nadie sino a
Satanás. —Para las iglesias cristianas es peligroso animar a los que siguen errores destructores, pero
en especial a los que los difunden. Al reprender el pecado y el error, siempre debemos distinguir
entre los líderes y los liderados. Los judíos se ofendían porque se predicaba a Cristo como la única
salvación para los pecadores. Si Pablo y los otros hubieran aceptado que la observancia de la ley de
Moisés debía unirse a la fe en Cristo, como necesaria para la salvación, entonces los creyentes
hubieran podido evitar muchos de los sufrimientos que tuvieron. Hay que resistir los primeros
indicios de esa levadura. Ciertamente los que persisten en perturbar a la Iglesia de Cristo deben
soportar su juicio.