Vv. 19—22. Si esa promesa fue suficiente para salvación, ¿entonces de qué sirvió la ley? Los
israelitas, aunque escogidos para ser el pueblo peculiar de Dios, eran pecadores como los demás. La
ley no fue concebida para descubrir una manera de justificar, diferente de la dada a conocer por la
promesa, sino para conducir a los hombres a ver su necesidad de la promesa, mostrándoles la
pecaminosidad del pecado, y para señalar a Cristo solo, por medio del cual podían ser perdonados y
justificados. La promesa fue dada por Dios mismo; la ley fue dada por el ministerio de ángeles, y la
mano de un mediador, Moisés. De ahí que la ley no pudiera ser diseñada para abrogar la promesa.
Como lo indica el mismo vocablo, el mediador es un amigo que se interpone entre dos partes y que
no actúa sólo con una y por una de ellas. La gran intención de la ley era que la promesa por fe en
Jesucristo fuera dada a los que creyeran; a los que, estando convictos de su culpa, y de la
insuficiencia de la ley para efectuar justicia por ellos, pudieran ser persuadidos a creer en Cristo, y
así, alcanzar el beneficio de la promesa. No es posible que la santa, justa y buena ley de Dios, la
norma del deber para todos, sea contraria al evangelio de Cristo. Intenta toda forma de promoverlo.
Vv. 23—25. La ley no enseñaba un conocimiento vivo y salvador, pero por sus ritos y
ceremonias, especialmente por sus sacrificios, señalaba hacia Cristo para que ellos fuesen
justificados por fe. Así era que la palabra significa propiamente un siervo para llevar a Cristo, como
los niños eran llevados a la escuela por los siervos encargados de atenderlos, para ser enseñados más
plenamente por Él, que es el verdadero camino de justificación y salvación, el cual es únicamente
por fe en Cristo. Se señala la ventaja enormemente más grande del estado del evangelio, en el cual
disfrutamos de la revelación de la gracia y misericordia divina más claramente que los judíos de
antes. La mayoría de los hombres siguen encerrados como en un calabozo oscuro, enamorados de
sus pecados, cegados y adormecidos por Satanás, por medio de los placeres, preocupaciones y
esfuerzos mundanales. Pero el pecador despertado descubre su estado terrible. Entonces siente que la
misericordia y la gracia de Dios forman su única esperanza. Los terrores de la ley suelen ser usados
por el Espíritu que produce convicción, para mostrar al pecador que necesita a Cristo, para llevarle a
confiar en sus sufrimientos y méritos, para que pueda ser justificado por la fe. Entonces, la ley, por la
enseñanza del Espíritu Santo, llega a ser su amada norma del deber y su norma para el examen diario
de sí mismo. En este uso de ella, aprende a confiar más claramente en el Salvador.