Vv. 1—8. El creyente no sólo está bien seguro por la fe de que hay otra vida dichosa, después de
esta; tiene buena esperanza, por la gracia, del cielo como habitación, un lugar de reposo, un
escondite. En la casa de nuestro Padre muchas moradas hay, cuyo arquitecto y hacedor es Dios. La
dicha del estado futuro es lo que Dios ha preparado para los que le aman: habitaciones eternas, no
como los tabernáculos terrenales, las pobres chozas de barro en que ahora moran nuestras almas; que
se pudren y deterioran, cuyos cimientos están en el polvo. El cuerpo de carne es una carga pesada,
las calamidades de la vida son una carga pesada, pero los creyentes gimen cargados con un cuerpo
de pecado, y debido a las muchas corrupciones remanentes que rugen dentro de ellos. La muerte nos
desvestirá del ropaje de carne, y de todas las bendiciones de la vida y acabará todos nuestros
problemas de aquí abajo. Pero las almas fieles serán vestidas con ropajes de alabanza, con mantos de
justicia y gloria. —Las gracias y las consolaciones presentes del Espíritu son primicias de la gracia y
el consuelo eterno. Aunque Dios está aquí con nosotros, por su Espíritu, y en sus ordenanzas, aún no
estamos con Él como esperamos estar. La fe es para este mundo, y la vista es para el otro mundo.
Nuestro deber es, y será nuestra preocupación, andar por fe hasta que vivamos por vista. Esto
muestra claramente la dicha que disfrutarán las almas de los creyentes cuando se ausenten del
cuerpo, y donde Jesús da a conocer su gloriosa presencia. —Estamos unidos al cuerpo y al Señor;
cada uno reclama una parte de nosotros, pero, ¡cuánto más poderosamente clama el Señor por tener
el alma del creyente íntimamente unida con Él! Tú eres una de las almas que yo he amado y
escogido; uno de los que me han sido dados. ¡Qué es la muerte como objeto de temor, si se compara
con estar ausentes del Señor!