Vv. 9—16. El amor mutuo que los cristianos se profesan debe ser sincero, libre de engaño, y de
adulaciones mezquinas y mentirosas. En dependencia de la gracia divina, ellos deben detestar y
tenerle pavor a todo mal, y deben amar y deleitarse en todo lo que sea bueno y útil. No sólo debemos
hacer lo bueno; tenemos que aferrarnos al bien. Todo nuestro deber mutuo está resumido en esta
palabra: amor. Esto significa el amor de los padres por sus hijos, que es más tierno y natural que
cualquier otro; es espontáneo y sin ataduras. Amar con celo a Dios y al hombre por el evangelio dará
diligencia al cristiano sabio en todos sus negocios mundanos para alcanzar una destreza superior. —
Dios debe ser servido con el espíritu, bajo las influencias del Espíritu Santo. Él es honrado con
nuestra esperanza y confianza en Él, especialmente cuando nos regocijamos en esa esperanza. Se le
sirve no sólo haciendo su obra, sino sentándonos tranquilos y en silencio cuando nos llama a sufrir.
La paciencia por amor a Dios es la piedad verdadera. Los que se regocijan en la esperanza
probablemente sean pacientes cuando están atribulados. No debemos ser fríos ni cansarnos en el
deber de la oración. —No sólo debe haber benignidad para los amigos y los hermanos; los cristianos
no deben albergar ira contra los enemigos. Solo es amor falso el que se queda en las palabras bonitas
cuando nuestros hermanos necesitan provisiones reales y nosotros podemos proveerles. Hay que
estar preparados para recibir a los que hacen el bien: según haya ocasión, debemos dar la bienvenida
a los forasteros. —Bendecid, y no maldigáis. Presupone la buena voluntad completa no bendecirlos
cuando oramos para maldecirlos en otros momentos, sino bendecirlos siempre sin maldecirlos en
absoluto. El amor cristiano verdadero nos hará participar en las penas y alegrías de unos y otros.
Trabaja lo más que pueda para concordar en las mismas verdades espirituales; y cuando no lo logres,
concuerda en afecto. Mira con santo desprecio la pompa y dignidad mundanas. No te preocupes por
ellas, no te enamores de ellas. Confórmate con el lugar en que Dios te ha puesto en su providencia,
cualquiera sea. Nada es más bajo que nosotros sino el pecado. Nunca encontraremos en nuestros
corazones la condescendencia para con el prójimo mientras alberguemos vanidad personal; por
tanto, esta debe ser mortificada.