Vv. 14—24. Cualquier cosa que Dios haga debe ser justa. De ahí que el feliz pueblo santo de
Dios sea diferente de los demás. La sola gracia de Dios les hace ser diferentes. Él actúa como
benefactor en esta gracia eficaz y previsora que distingue, porque su gracia es sólo suya. Nadie la ha
merecido, de modo que los que son salvos deben agradecer únicamente a Dios; y aquellos que
perecen, deben sólo culparse a sí mismos, Oseas xiii, 9. Dios no está obligado más allá de lo que le
parezca bien obligarse según su pacto y promesa, que es su voluntad revelada. Esta es que recibirá y
no echará fuera a los que vienen a Cristo; pero la elección de almas, para que vayan, es un favor
anticipado y distintivo para los que Él quiere. —¿Por qué encuentra faltas aún? Esta no es objeción
que la criatura pueda hacer a su Creador, el hombre contra Dios. La verdad, como pasa con Jesús,
anonada al hombre, poniéndolo como menos que nada, y establece a Dios como el soberano Señor
de todo. ¿Quién eres tú, tan necio, tan débil, tan incapaz de juzgar los consejos divinos? Nos
corresponde someternos a Él, no objetarlo. ¿Los hombres no permitirían al infinito Dios el mismo
derecho soberano para manejar los asuntos de la creación, como el alfarero ejerce su derecho a
disponer de su barro, cuando del mismo montón de barro hacer un vaso para un uso más honroso, y
otro para uso más vil? Dios no puede hacer injusticia por más que así le parezca a los hombres. Dios
hará evidente que odia el pecado. Además, formó vasos llenos con misericordia. La santificación es
la preparación del alma para la gloria. Esta es obra de Dios. Los pecadores se preparan para el
infierno, pero Dios es quien prepara a los santos para el cielo; y a todos los que Dios destina para el
cielo en el más allá, a ésos prepara ahora. —¿Queremos saber quiénes son estos vasos de
misericordia? A los que Dios llamó, y éstos no sólo son de los judíos sino de los gentiles.
Ciertamente que no puede haber injusticia en ninguna de estas dispensaciones divinas; no la hay en
Dios que ejerce su benignidad, paciencia y tolerancia para con los pecadores sujetos a culpa
creciente, antes de traerles su destrucción total. La falta está en el mismo pecador encallecido. En
cuanto a todos los que aman y temen a Dios, por más que esas verdades parezcan más allá del
alcance de su entendimiento, aun así guardan silencio ante Él. Es el Señor solo quien nos hace
diferentes; debemos adorar su misericordia perdonadora y su gracia que crea de nuevo, y poner
diligencia para asegurar nuestra vocación y elección.