Vv. 1—4. No podemos olvidar con cuánta frecuencia, aunque su Maestro estaba con ellos, hubo
discusiones entre los discípulos sobre cuál sería el más grande, pero ahora todas esas discordias
habían terminado. Habían orado juntos más que antes. Si deseamos que el Espíritu sea derramado
sobre nosotros desde lo alto, tengamos unanimidad. Pese a las diferencias de sentimientos e
intereses, como las había entre esos discípulos, pongámonos de acuerdo para amarnos unos a otros,
porque donde los hermanos habitan juntos en unidad, ahí manda el Señor su bendición. —Un viento
recio llegó con mucha fuerza. Esto era para significar las influencias y la obra poderosa del Espíritu
de Dios en las mentes de los hombres, y por medio de ellos, en el mundo. De esta manera, las
convicciones del Espíritu dan lugar a sus consolaciones; y las ráfagas recias de ese viento bendito
preparan el alma para sus céfiros suaves y amables. Hubo una apariencia de algo como llamas de
fuego, que iluminó a cada uno de ellos, según lo que Juan el Bautista decía de Cristo: Él os bautizará
con el Espíritu Santo y con fuego. El Espíritu, como fuego, derrite el corazón, quema la escoria, y
enciende afectos piadosos y devotos en el alma, en la cual, como el fuego del altar, se ofrecen los
sacrificios espirituales. —Fueron llenos del Espíritu Santo más que antes. Fueron llenos de las
gracias del Espíritu, y más que antes, puestos bajo su influencia santificadora; más separados de este
mundo, y más familiarizados con el otro. Fueron llenos más con las consolaciones del Espíritu, se
regocijaron mas que antes en el amor de Cristo y la esperanza del cielo: en eso fueron sorbidos todos
sus temores y sus penas. Fueron llenos de los dones del Espíritu Santo; tuvieron poderes milagrosos
para el avance del evangelio. Hablaron, no de pensamientos o meditaciones previos, sino como el
Espíritu les daba que hablasen.