Vv. 31—37. Se probó si Jesús estaba muerto. Murió en menos tiempo que el empleado por las
personas crucificadas. Eso muestra que había puesto su vida. La lanza rompió las fuentes mismas de
la vida: ningún cuerpo humano hubiera podido sobrevivir esa herida, pero el haber sido atestiguado
solemnemente demuestra que hubo algo peculiar en eso. La sangre y el agua que brotaron
representaban esos dos grandes beneficios de los cuales participan todos los creyentes a través de
Cristo: justificación y santificación: sangre para la expiación, agua para la purificación. Ambos
brotaron del costado traspasado de nuestro Redentor. A Cristo crucificado debemos el mérito de
nuestra justificación, y el Espíritu y la gracia para nuestra santificación. Que esto silencie los
temores de los cristianos débiles y aliente sus esperanzas; del costado atravesado de Jesús salieron
agua y sangre, ambas para justificarlos y santificarlos. —La Escritura se cumplió al no permitir
Pilato que le quebraran las piernas, Salmo xxxiv, 20. Había un tipo de esto en el cordero pascual,
Éxodo xii, 46. Miremos siempre a Aquel que traspasamos con nuestros pecados, ignorantes y
desconsiderados, sí, a veces contra las convicciones y las misericordias; y que derramó agua y
sangre de su costado herido para que nosotros fuésemos justificados y santificados en su nombre.