Vv. 1—8. Jesucristo es la Vid, la Vid verdadera. La unión de la naturaleza divina con la humana, y
la plenitud del Espíritu que hay en Él, recuerdan la raíz de la vida que fructifica por la humedad de la
buena tierra. Los creyentes son los pámpanos de esta Vid. La raíz no se ve y nuestra vida está
escondida con Cristo; la raíz sustenta al árbol, le difunde la savia, y en Cristo están todos los
sustentos y provisiones. Los pámpanos de la vid son muchos, pero al unificarse en la raíz no son sino
una sola vid; de este modo, todos los cristianos verdaderos, aunque disten entre sí en cuanto a lugar y
opinión, se unen en Cristo. Los creyentes, como los pámpanos de la vid, son débiles e incapaces de
permanecer, sino como nacieron. —El Padre es el Dueño de la vid. Nunca hubo un dueño tan sabio,
tan cuidadoso con su viña como Dios por su Iglesia que, por eso, debe prosperar. Debemos ser
fructíferos. Esperamos uvas de una vid, y del cristiano esperamos un temperamento, una disposición
y una vida cristiana. Debemos honrar a Dios y hacer el bien, esto es, llevar fruto. Los estériles son
cortados. Hasta las ramas fructíferas necesitan poda, porque, en el mejor de los casos, tenemos ideas,
pasiones y humores que requieren ser quitados, cosa que Cristo ha prometido hacer por su palabra,
Espíritu y providencia. Si se usan medios drásticos para avanzar la santificación de los creyentes,
ellos estarán agradecidos por ellos. La palabra de Cristo se da a todos los creyentes; y hay en esa
palabra una virtud que limpia al obrar la gracia y deshacer la corrupción. Mientras más fruto demos,
más abundaremos en lo que es bueno, y más glorificado será nuestro Señor. —Para fructificar
debemos permanecer en Cristo, debemos estar unidos a Él por la fe. El gran interés de todos los
discípulos de Cristo es mantener constante la dependencia de Cristo y la comunión con Él. Los
cristianos verdaderos hallan, por experiencia, que toda interrupción del ejercicio de su fe hace que
mengüen los afectos santos, revivan sus corrupciones y languidezcan sus consolaciones. Los que no
permanecen en Cristo, aunque florezcan por un tiempo en la profesión externa, llegan, no obstante, a
nada. El fuego es el lugar más adecuado para las ramas marchitas; no son buenas para otra cosa.
Procuremos vivir más simplemente de la plenitud de Cristo, y crecer más fructíferos en todo buen
decir y hacer, para que sea pleno nuestro gozo en Él y en su salvación.