Vv. 1—8. Nicodemo temía, o se avergonzaba de ser visto con Cristo, por tanto, acudió de noche.
Cuando la religión está fuera de moda, hay muchos Nicodemos, pero aunque vino de noche, Jesús lo
recibió, y por ello nos enseña a animar los buenos comienzos, aunque sean débiles. Aunque esta vez
vino de noche, después reconoció públicamente a Cristo. No habló con Cristo de asuntos de estado,
aunque era un gobernante, sino de los intereses de su propia alma y de su salvación, hablando al
respecto de una sola vez. —Nuestro Salvador habla de la necesidad y naturaleza de la regeneración o
nuevo nacimiento y, de inmediato llevó a Nicodemo a la fuente de santidad del corazón. El
nacimiento es el comienzo de la vida; nacer de nuevo es empezar a vivir de nuevo, como los que han
vivido muy equivocados o con poco sentido. Debemos tener una nueva naturaleza, nuevos
principios, nuevos afectos, nuevas miras. Por nuestro primer nacimiento somos corruptos, formados
en el pecado; por tanto, debemos ser hechos nuevas criaturas. No podía haberse elegido una
expresión más fuerte para significar un cambio de estado y de carácter grande y muy notable.
Debemos ser enteramente diferentes de lo que fuimos antes, como aquello que empieza a ser en
cualquier momento, no es, y no puede ser lo mismo que era antes. Este nuevo nacimiento es del
cielo, capítulo i, 13, y tiende al cielo. Es un cambio grande hecho en el corazón del pecador por el
poder del Espíritu Santo. Significa que algo es hecho en nosotros y a favor de nosotros que no
podemos hacer por nosotros mismos. Algo obra por lo que empieza una vida que durará por siempre.
De otra manera no podemos esperar un beneficio de Cristo; es necesario para nuestra felicidad aquí y
en el más allá. —Nicodemo entendió mal lo que dijo Cristo, como si no hubiera otra manera de
regenerar y moldear de nuevo un alma inmortal que volver a dar un marco al cuerpo. Sin embargo,
reconoció su ignorancia, lo que muestra el deseo de ser mejor informado. Entonces, el Señor Jesús
explica más. Muestra al Autor de este bendito cambio. No es obra de nuestra sabiduría o poder
propio, sino del poder del bendito Espíritu. Somos formados en iniquidad, lo que hace necesario que
nuestra naturaleza sea cambiada. No tenemos que maravillarnos de esto, porque cuando
consideramos la santidad de Dios, la depravación de nuestra naturaleza, y la dicha puesta ante
nosotros, no tenemos que pensar que es raro que se ponga tanto énfasis sobre esto. —La obra
regeneradora del Espíritu Santo se compara con el agua. También es probable que Cristo se haya
referido a la ordenanza del bautismo. No se trata que sean salvos todos aquellos bautizados, y sólo
ellos; pero sin el nuevo nacimiento obrado por el Espíritu, y significado por el bautismo, nadie será
súbdito del reino del cielo. —La misma palabra significa viento y Espíritu. El viento sopla de donde
quiere hacia nosotros; Dios lo dirige. El Espíritu envía sus influencias donde, y cuando, y a quien, y
en qué medida y grado le plazca. Aunque las causas estén ocultas, los efectos son evidentes, cuando
el alma es llevada a lamentarse por el pecado y a respirar según Cristo.
Vv. 9—13. La exposición hecha por Cristo de la doctrina y la necesidad de la regeneración pareciera
no haber quedado clara para Nicodemo. Así, las cosas del Espíritu de Dios son necedad para el
hombre natural. Muchos piensan que no puede ser probado lo que no pueden creer. —El discurso de
Cristo sobre las verdades del evangelio, versículos 11—13, muestra la necedad de aquellos que
hacen que estas cosas sean extrañas para ellos; y nos recomienda que las investiguemos. Jesucristo
es capaz en toda forma de revelarnos la voluntad de Dios; porque descendió del cielo, y aún está en
el cielo. Aquí tenemos una nota de las dos naturalezas distintas de Cristo en una persona, de modo
que es el Hijo del Hombre, aunque está en el cielo. Dios es “EL QUE ES” y el cielo es la habitación
de su santidad. Este conocimiento debe venir de lo alto y solo puede ser recibido por fe.
Vv. 14—18. Jesucristo vino a salvarnos sanándonos, como los hijos de Israel, picados por serpientes
ardientes fueron curados y vivieron al mirar a la serpiente de bronce, Números xxi, 6–9. Obsérvese
en esto la naturaleza mortal y destructora del pecado. Pregúntese a conciencias vivificadas,
pregúntese a pecadores condenados, quienes dirán que, por encantadoras que sean las seducciones
del pecado, al final muerde como serpiente. Véase el remedio poderoso contra esta enfermedad fatal.
Cristo nos es propuesto claramente en el evangelio. Aquel a quien ofendimos es nuestra Paz, y la
manera de solicitar la curación es creer. Si alguien hasta ahora toma livianamente la enfermedad del
pecado o el método de curación de Cristo, y no recibe a Cristo en las condiciones que Él pone, su
ruina pende sobre su cabeza. Él dijo: Mirad y sed salvos, mirad y vivid; alzad los ojos de la fe a
Cristo crucificado. Mientras no tengamos la gracia para hacer esto, no seremos curados, sino
seguiremos heridos por los aguijones de Satanás, y en estado moribundo. —Jesucristo vino a
salvarnos perdonándonos, para que no muriéramos por la sentencia de la ley. He aquí el evangelio, la
verdadera, la buena nueva. He aquí al amor de Dios al dar a su Hijo por el mundo. Tanto amó Dios
al mundo, tan verdaderamente, tan ricamente. ¡Mirad y maravillaos, que el gran Dios ame a un
mundo tan indigno! —Aquí, también, está el gran deber del evangelio: creer en Jesucristo.
Habiéndolo dado Dios para que fuera nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, nosotros debemos darnos
para ser gobernados y enseñados, y salvados por Él. He aquí el gran beneficio del evangelio, que
quienquiera que crea en Cristo no perecerá mas tendrá vida eterna. Dios estaba en Cristo
reconciliando al mundo consigo mismo, y de ese modo, lo salvaba. No podía ser salvado sino por
medio de Él; en ningún otro hay salvación. —De todo esto se muestra la dicha del creyente
verdadero: el que cree en Cristo no es condenado. Aunque ha sido un gran pecador, no se le trata
según lo que merecen sus pecados.
Vv. 18—21. ¡Cuán grande es el pecado de los incrédulos! Dios envió a Uno que era el más
amado por Él, para salvarnos; ¿y no será el más amado para nosotros? ¡Cuán grande es la miseria de
los incrédulos! Ya han sido condenados, lo que habla de una condenación cierta; una condenación
presente. La ira de Dios ahora se desata sobre ellos; y los condenan sus propios corazones. También
hay una condenación basada en su culpa anterior; ellos están expuestos a la ley por todos sus
pecados; porque no están interesados por fe en el perdón del evangelio. La incredulidad es un pecado
contra el remedio. Brota de la enemistad del corazón del hombre hacia Dios, del amor al pecado en
alguna forma. Léase también la condenación de los que no quieren conocer a Cristo. Las obras
pecadoras son las obras de las tinieblas. El mundo impío se mantiene tan lejos de esta luz como
puede, no sea que sus obras sean reprobadas. Cristo es odiado porque aman el pecado. Si no odiaran
el conocimiento de la salvación, no se quedarían contentos en la ignorancia condenadora. —Por otro
lado, los corazones renovados dan la bienvenida a la luz. Un hombre bueno actúa verdadera y
sinceramente en todo lo que hace. Desea saber cuál es la voluntad de Dios, y hacerla, aunque sea
contra su propio interés mundanal. Ha tenido lugar un cambio en todo su carácter y conducta. El
amor a Dios es derramado en su corazón por el Espíritu Santo, y llega a ser el principio rector de sus
acciones. En la medida que siga bajo una carga de culpa no perdonada, solo puede tener un temor
servil a Dios, pero cuando sus dudas se disipan, cuando ve la base justa sobre la cual se edifica su
perdón, lo asume como si fuera propio, y se une con Dios por un amor sin fingimiento. Nuestras
obras son buenas cuando la voluntad de Dios es la regla de ellas, y la gloria de Dios, su finalidad;
cuando se hacen en su poder y por amor a Él; a Él, y no a los hombres. —La regeneración, o el
nuevo nacimiento, es un tema al cual el mundo tiene aversión; sin embargo, es el gran ganancia en
comparación con la cual todo lo demás no es sino fruslería. ¿Qué significa que tengamos comida
para comer con abundancia, y una variedad de ropa para ponernos, si no hemos nacido de nuevo?
¿Si después de unas cuantas mañanas y tardes pasadas en alegría irracional, placer carnal y desorden,
morimos en nuestros pecados y yacemos en el dolor? ¿De que vale que seamos capaces de
desempeñar nuestra parte en la vida, en todo otro aspecto, si al final oímos de parte del Juez
Supremo: “Apartaos de mí, no os conozco, obradores de maldad?”