Vv. 29—36. Juan vio a Jesús que venía a él, y lo señaló como el Cordero de Dios. El cordero
pascual, en el derramamiento y rociamiento de su sangre, el asar y comer su carne y todas las demás
circunstancias de la ordenanza, representaban la salvación de los pecadores por fe en Cristo. Los
corderos sacrificados cada mañana y cada tarde pueden referirse sólo a Cristo muerto como
sacrificio para redimirnos para Dios por su sangre. Juan vino como predicador de arrepentimiento,
aunque dijo a sus seguidores que tenían que buscar el perdón de sus pecados sólo en Jesús y en su
muerte. Concuerda con la gloria de Dios perdonar a todos los que dependen del sacrificio expiatorio
de Cristo. Él quita el pecado del mundo; adquiere perdón para todos los que se arrepienten y creen el
evangelio. Esto alienta nuestra fe; si Cristo quita el pecado del mundo entonces, ¿por qué no mi
pecado? Él llevó el pecado por nosotros y, así, lo quita de nosotros. Dios pudiera haber quitado el
pecado quitando al pecador, como quitó el pecado del viejo mundo, pero he aquí una manera de
quitar pecado salvando al pecador, haciendo pecado a su Hijo, esto es, haciéndole ofrenda por el
pecado por nosotros. Véase a Jesús quitando el pecado y que eso nos haga odiar el pecado y
decidirnos en su contra. No nos aferremos de eso que el Cordero de Dios vino a quitar. —Para
confirmar su testimonio de Cristo, Juan declara su aparición a su bautismo, cosa que el mismo Dios
atestiguó. Vio y tomó nota de que es el Hijo de Dios. Este es el fin y el objetivo del testimonio de
Juan: que Jesús era el Mesías prometido. Juan aprovechó toda oportunidad que se le ofreció para
guiar la gente a Cristo.