Estudio Biblico
Esta no era la primera fiesta pascual de los discípulos, pero sería la última con su Maestro. Sin embargo, ellos no lo sabían cuando se reunieron en el aposento alto para la cena. El Séder les recordaba la sangre untada sobre las puertas de las casas de sus antepasados. La presencia de esa sangre había salvado a los hebreos del ángel de la muerte (Éx 12.23), y convencido a Faraón de dejarlos salir de Egipto y de la esclavitud. Los discípulos no entendían que su Maestro era el Cordero del sacrificio cuya sangre sería untada pronto por todos sus corazones. Su sangre los haría libres para siempre, y también a nosotros, de la esclavitud al pecado y la muerte.
Mientras se servía la cena, Jesús se puso de pie. Todos los ojos le siguieron mientras se quitaba su manto y se ceñía una toalla a la cintura. Los hombres estaban intrigados por lo que Él estaba haciendo, pero no se atrevieron a preguntar. Después de llenar una palangana con agua, el Señor se arrodilló y comenzó a lavar los pies del primer discípulo. Después se movió al siguiente, y luego a cada uno de los demás.
¿Había perdido Jesús el juicio? Los discípulos intercambiaron miradas nerviosas y se retraían cuando las manos de su Maestro tocaban sus pies. ¿Cómo podía Él rebajarse y hacer una acción tan indigna y humilde? Ellos nunca habían imaginado hacer una cosa así. “Por favor, no lo hagas”, quisieron decirle. “Deja que un sirviente haga esto”.
Pedro, siempre el vocero, trató de detenerlo. Jesús le aseguró que algún día lo entendería, pero que, por ahora, debía dejar que hiciera el lavamiento. En ese caso, también las manos y la cabeza, dijo Pedro. Pero Jesús le dijo que solamente sus pies necesitan ser lavados, puesto que ya se había bañado para la celebración.
Jesús sabía, por supuesto, que uno de estos amigos no estaba limpio. Durante tres años, Judas había visto a Jesús personalmente, sirviendo, enseñando y amando. Pero, a pesar del privilegio de ser testigo de todo esto, Judas tenía sus propios planes y prioridades. Así pues, con los pies recién lavados por las manos de Dios, el traidor guiaría pronto a los soldados y a los funcionarios religiosos adonde podían arrestar al Señor.
Jesús lavó los pies de los discípulos para darnos un ejemplo de amor y servicio. Cuando dijo que los discípulos no eran mayores que su Maestro, Él también nos tenía a nosotros en mente. Sin que hubiese ninguna razón para ser humilde, Jesús nos dio un ejemplo de humildad. Él nos manda a hacer lo mismo por amor a Él y a los demás.
Una noticia así puede ser tan difícil de tragar como las hierbas amargas del Séder. Ante una habitación llena de pies que necesitan ser lavados, ¿qué tan dispuestos estamos a ceñir nuestras toallas? Para nosotros, servir puede significar llevar a una cita médica a una persona anciana, visitar regularmente a los enfermos, ayudar a una madre soltera con el cuidado de sus hijos o reparar cosas en su casa. En esta Pascua, que podamos llegar hasta otros con manos dispuestas y corazones limpiados por la sangre del Maestro.
— LeAnne Benfield Martin
13:2 Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase,
13:3 sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba,
13:4 se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
13:5 Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
13:6 Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?
13:7 Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.
13:8 Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
13:9 Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.
13:10 Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos.
13:11 Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.
13:12 Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?
13:13 Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.
13:14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.
13:15 Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.
13:16 De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.
13:17 Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.