Para los creyentes nuevos puede ser difícil aceptar que Dios les ame tal como son. La mayor parte del mundo funciona por el amor condicional: se da aprobación y aceptación de acuerdo a los méritos. Por eso, cuando venimos a Cristo por primera vez, normalmente tendemos a dar por sentado que debemos esforzarnos por “ganar” las bendiciones, tales como la riqueza económica, familias amorosas y carreras sólidas.
Pero el amor divino nunca puede ganarse por el esfuerzo humano. No hay absolutamente nada que podamos hacer para que nuestro Padre nos ame más. Tampoco podemos influenciarlo para que deje de amarnos. (Vea Ro 8.38, 39). Muchos creyentes entienden esto intelectualmente, pero pueden tener dificultad para creerlo en lo más profundo de su ser.
No importa lo que haya sucedido en su pasado o lo que sienta en este momento, el amor de Dios siempre le ha sido dado a usted gratuitamente. Nuestro Padre celestial derrama su amor sobre nosotros sin excepción —sin que tengamos que merecerlo. No es que Él hubiera aplazado amarle hasta el momento en que usted lo invitó a su vida. Tampoco comenzó a amarle cuando comenzó a ir a la iglesia o después de haber sido bautizado. En realidad, el Señor nunca comenzó a amarle de alguna manera; Él, simplemente, siempre lo ha hecho. Desde la creación del mundo, Dios le conoció y le amó (1 Jn 4.19, Sal 139.13-16).
¿Está usted regocijándose en el amor del Padre celestial o teme perder ese amor? Reconocer la maravillosa verdad del amor incondicional de Dios transforma nuestra vida. Abra de corazón sus brazos al amor de Dios hoy.