Vv. 1—16. El objeto directo de esta parábola parece ser demostrar que, aunque los judíos fueron
llamados primero a la viña, en el largo plazo el evangelio será predicado a los gentiles que deben ser
recibidos con los privilegios y ventajas en igualdad con los judíos. La parábola puede aplicarse
también en forma más general y muestra, que: —1. Dios no es deudor de ningún hombre. —2.
Muchos que empiezan al final, y prometen poco en la religión, a veces, por la bendición de Dios,
llegan a mucho conocimiento, gracia y utilidad. —3. La recompensa será dada a los santos, pero no
conforme al tiempo de su conversión. Describe el estado de la iglesia visible y explica la declaración
de que los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos, en sus diversas referencias. —
Mientras no seamos contratados en el servicio de Dios estamos todo el día de ociosos: un estado
pecaminoso, aunque para Satanás sea un estado de esclavitud, puede llamarse estado de ociosidad.
El mercado es el mundo y de él fuimos llamados por el evangelio. Venid, salid de ese mercado. El
trabajo para Dios no admite bagatelas. El hombre puede irse ocioso al infierno, pero quien vaya al
cielo debe ser diligente. —El centavo romano era siete centavos, medio penique del dinero inglés,
pagaba entonces suficiente para el sostén diario. Esto no prueba que la recompensa de nuestra
obediencia a Dios sea de obras o de deuda; cuando hemos hecho todo, somos siervos inútiles;
significa que hay una recompensa puesta ante nosotros, pero que nadie, por esta suposición,
postergue el arrepentimiento hasta su vejez. Algunos fueron enviados a la viña en la hora undécima,
pero nadie los había contratado antes. Los gentiles entraron a la hora undécima; el evangelio no
había sido predicado antes a ellos. Quienes han tenido la oferta del evangelio en la hora tercera o
sexta, y la han rechazado, no tendrán que decir en la hora undécima, como éstos: Nadie nos contrató.
—Por tanto, no para desanimar a nadie sino para despertar a todos, es que se recuerda que ahora es
el tiempo aceptable. —Las riquezas de la gracia divina son objetadas en voz alta por los fariseos
orgullosos y por los cristianos nominales. Hay en nosotros una gran inclinación a pensar que
tenemos demasiado poco, y los demás mucho de las señales del favor de Dios; y que hacemos
demasiado y los demás muy poco en la obra de Dios. Pero si Dios da gracia a otros, es bondad para
ellos, y no injusticia para nosotros. Las criaturas mundanas carnales están de acuerdo con Dios en
cuanto a su riqueza en este mundo, y optan por su porción en esta vida. Los creyentes obedientes
están de acuerdo con Dios en cuanto a su riqueza en el otro mundo, y deben recordar que estuvieron
de acuerdo. ¿No acordaste tú tomar el cielo como porción tuya, como tu todo, y buscas tu felicidad
en la criatura? Dios no castiga más de lo merecido, y premia cada servicio hecho por Él y para Él;
por tanto, no hace mal a ninguno al mostrar gracia extraordinaria a otros. —Véase aquí la naturaleza
de la envidia. Es una avaricia descontenta por el bien de los demás y que desea su mal. Es un pecado
que no tiene placer, provecho ni honor. Dejemos irse todo reclamo orgulloso y procuremos la
salvación como dádiva gratuita. No envidiemos ni murmuremos; regocijémonos y alabemos a Dios
por su misericordia hacia los demás y con nosotros.