Vv. 13—20. Pedro dijo, por sí mismo y por sus hermanos, que estaban seguros de que nuestro
Señor era el Mesías prometido, el Hijo del Dios vivo. Esto muestra que creían que Jesús era más que
hombre. Nuestro Señor afirma que Pedro era bienaventurado, porque la enseñanza de Dios lo hacía
diferente de sus compatriotas incrédulos. —Cristo agrega que lo llama Pedro, aludiendo a su
estabilidad o firmeza para profesar la verdad. La palabra traducida “roca” no es la misma palabra
“Pedro”, sino una de significado similar. Nada puede ser más erróneo que suponer que Cristo
significó que la persona de Pedro era la roca. Sin duda que el mismo Cristo es la Roca, el
fundamento probado de la Iglesia; y ¡ay de aquel que intente poner otro! La confesión de Pedro es
esta roca en cuanto doctrina. Si Jesús no fuera el Cristo, los que Él posee no son de la Iglesia, sino
engañadores y engañados. Nuestro Señor declara luego la autoridad con que Pedro sería investido. Él
habló en nombre de sus hermanos y esto lo relacionaba a ellos con Él. Ellos no tenían conocimiento
certero del carácter de los hombres, y estaban propensos a errores y pecados en su conducta; pero
ellos fueron guardados libres de error al establecer el camino de aceptación y de salvación, la regla
de la obediencia, el carácter y la experiencia del creyente, y la condenación final de los incrédulos e
hipócritas. En tales materias su decisión era recta y confirmada en el cielo. Pero todas las
pretensiones de cualquier hombre, sean de desatar o atar los pecados de los hombres, son blasfemas
y absurdas. Nadie puede perdonar pecados sino solamente Dios. Y este atar y desatar en el lenguaje
corriente de los judíos, significaba prohibir y permitir, o enseñar lo que es legal o ilegal.