Vv. 21—28. Los más remotos y oscuros rincones del país reciben las influencias de Cristo;
después, los confines de la tierra verán su salvación. —La angustia y el trastorno de su familia llevó
a una mujer a Cristo; aunque es la necesidad la que nos empuja a Cristo, sin embargo, no seremos
desechados por él. Ella no limitó a Cristo a ningún caso particular de misericordia, pero
misericordia, misericordia, es lo que ella rogó: ella no aduce mérito, sino que depende de la
misericordia. Deber de los padres es orar por sus hijos, y ser fervorosos para orar por ellos,
especialmente por sus almas. ¿Tenéis un hijo, una hija, dolorosamente afligida con un demonio del
orgulloso, un demonio inmundo, un demonio de maldad, que está cautivo por su voluntad? Este es
un caso más deplorable que el de la posesión corporal, y debéis llevarlos por fe y oración a Cristo,
que Él solo es capaz de sanarlos. —Muchos métodos de la providencia de Cristo, especialmente de
su gracia, para tratar con su pueblo, que son oscuros y confunden, se pueden explicar por este relato,
que enseña que puede haber amor en el corazón de Cristo aunque su rostro tenga el ceño fruncido; y
nos anima a confiar aún en Él aunque parezca listo para matarnos. A quienes Cristo piensa honrar
más, los humilla para que sientan su indignidad. Un corazón orgulloso sin humillar no soportaría
esto; ella lo convirtió en argumento para validar su petición. —El estado de esta mujer es un
emblema del estado del pecador, profundamente consciente de la miseria de su alma. Lo mínimo de
Cristo es precioso para un creyente, hasta las mismas migajas del Pan de vida. De todas las gracias,
es la fe la que más honra a Cristo; por tanto, de todas las gracias, Cristo honra más a la fe. Él le sanó
a la hija. Él habló y fue hecho. De aquí los que buscan ayuda del Señor, y no reciben respuesta de
gracia, aprendan a convertir aun su indignidad y desaliento en ruegos de misericordia.