Vv. 23—27. Consuelo para quienes se hacen a la mar en barcos, y suelen peligrar allí, es
reflexionar que tienen un Salvador en quien confiar y al cual orar, que sabe qué es estar en el agua y
estar en tormentas. Quienes están pasando por el océano de este mundo con Cristo, deben esperar
tormentas. —Su naturaleza humana, semejante a nosotros en todo, pero sin pecado, estaba fatigada y
se durmió en ese momento para probar la fe de sus discípulos. Ellos fueron a su Maestro en su
temor. Así es en el alma; cuando las lujurias y las tentaciones se levantan y rugen, y Dios está, al
parecer, dormido a lo que ocurre, esto nos lleva al borde de la desesperación. Entonces, se clama por
una palabra de su boca: Señor Jesús, no te quedes callado o estoy acabado. Muchos que tienen fe
verdadera son débiles en ella. Los discípulos de Cristo eran dados a inquietarse con temores en un
día tempestuoso; se atormentaban a sí mismos con que las cosas estaban mal para ellos, y con
pensamientos desalentadores de que vendrá algo peor. Las grandes tormentas de la duda y temor en
el alma, bajo el poder del espíritu de esclavitud, suelen terminar en una calma maravillosa, creada y
dirigida por el Espíritu de adopción. —Ellos quedaron estupefactos. Nunca habían visto que una
tormenta fuera de inmediato calmada a la perfección. El que puede hacer esto, puede hacer cualquier
cosa, lo que estimula la confianza y el consuelo en Él, en el día más tempestuoso de adentro o de
afuera, Isaías xxvi, 4.