Vv. 1, 2. Nadie hallará felicidad en este mundo o en el venidero si no la busca en Cristo por el
gobierno de su palabra. Él les enseñó lo que era el mal que ellos debían aborrecer, y cual es el bien
que deben buscar y en el cual abundar.
Vv. 3—12. Aquí nuestro Salvador da ocho características de la gente bienaventurada que para
nosotros representan las gracias principales del cristiano. —1. Los pobres en espíritu son
bienaventurados. Estos llevan sus mentes a su condición cuando es baja. Son humildes y pequeños
según su propio criterio. Ven su necesidad, se duelen por su culpa y tienen sed de un Redentor. El
reino de la gracia es de los tales; el reino de la gloria es para ellos. —2. Los que lloran son
bienaventurados. Parece ser aquí se trata esa tristeza santa que obra verdadero arrepentimiento,
vigilancia, mente humilde y dependencia continua para ser aceptado por la misericordia de Dios en
Cristo Jesús, con búsqueda constante del Espíritu Santo para limpiar el mal residual. El cielo es el
gozo de nuestro Señor; un monte de gozo, hacia el cual nuestro camino atraviesa un valle de
lágrimas. Tales dolientes serán consolados por su Dios. —3. Los mansos son bienaventurados. Los
mansos son los que se someten calladamente a Dios; los que pueden tolerar insultos; son callados o
devuelven una respuesta blanda; los que, en su paciencia, conservan el dominio de sus almas, cuando
escasamente tienen posesión de alguna otra cosa. Estos mansos son bienaventurados aun en este
mundo. La mansedumbre fomenta la riqueza, el consuelo y la seguridad, aun en este mundo. —4.
Los que tienen hambre y sed de justicia son bienaventurados. La justicia está aquí puesta por todas
las bendiciones espirituales. Estas son compradas para nosotros por la justicia de Cristo, confirmadas
por la fidelidad de Dios. Nuestros deseos de bendiciones espirituales deben ser fervientes. Aunque
todos los deseos de gracia no son gracia, sin embargo, un deseo como este es un deseo de los que son
creados por Dios y Él no abandonará a la obra de Sus manos. —5. Los misericordiosos son
bienaventurados. Debemos no sólo soportar nuestras aflicciones con paciencia, sino que debemos
hacer todo lo que podamos por ayudar a los que estén pasando miserias. Debemos tener compasión
por las almas del prójimo, y ayudarles; compadecer a los que estén en pecado, y tratar de sacarlos
como tizones fuera del fuego. —6. Los limpios de corazón son bienaventurados, porque verán a
Dios. Aquí son plenamente descritas y unidas la santidad y la dicha. Los corazones deben ser
purificados por la fe y mantenidos para Dios. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio. Nadie sino el
limpio es capaz de ver a Dios, ni el cielo se promete para el impuro. Como Dios no tolera mirar la
iniquidad, así ellos no pueden mirar su pureza. —7. Los pacificadores son bienaventurados. Ellos
aman, desean y se deleitan en la paz; y les agrada tener quietud. Mantienen la paz para que no sea
rota y la recuperan cuando es quebrantada. Si los pacificadores son bienaventurados, ¡ay de los que
quebrantan la paz! —8. Los que son perseguidos por causa de la justicia son bienaventurados. Este
dicho es peculiar del cristianismo; y se enfatiza con mayor intensidad que el resto. Sin embargo,
nada hay en nuestros sufrimientos que pueda ser mérito ante Dios, pero Dios verá que quienes
pierden por Él, aun la misma vida, no pierdan finalmente por causa de Él. —¡Bendito Jesús, cuán
diferentes son tus máximas de las de los hombres de este mundo! Ellos llaman dichoso al orgulloso,
y admiran al alegre, al rico, al poderoso y al victorioso. Alcancemos nosotros misericordia del Señor;
que podamos ser reconocidos como sus hijos, y heredemos el reino. Con estos deleites y esperanzas,
podemos dar la bienvenida con alegría a las circunstancias bajas o dolorosas.