Vv. 23—25. Donde iba Cristo confirmaba su misión divina por medio de milagros, que fueron
emblema del poder sanador de su doctrina y del poder del Espíritu que lo acompañaban. Ahora no
encontramos en nuestros cuerpos el milagroso poder sanador del Salvador, pero si somos curados
por la medicina, la alabanza es igualmente suya. Aquí se usan tres palabras generales. Él sanó toda
enfermedad o dolencia; ninguna fue demasiado mala, ninguna demasiado terrible, para que Cristo no
la sanara con una palabra. Se nombran tres enfermedades: la parálisis que es la suprema debilidad
del cuerpo; la locura que es la enfermedad más grande de la mente; y la posesión demoníaca que es
la desgracia y calamidad más grandes de todas; pero Cristo sanó todo y, así, al curar las
enfermedades del cuerpo demostró que su gran misión al mundo era curar los males espirituales. El
pecado es enfermedad, dolencia y tormento del alma: Cristo vino a quitar el pecado y, así, curar el
alma.