Vv. 7—12. Dar aplicación para las almas de los oyentes es la vida de la predicación; así fue la de
Juan. Los fariseos ponían el énfasis principal en observancias externas, descuidando los asuntos de
más peso de la ley moral, y el significado espiritual de sus ceremonias legales. Otros eran hipócritas
detestables que hacían con sus pretensiones de santidad un manto de la iniquidad. Los saduceos
estaban en el extremo opuesto, negando la existencia de los espíritus y el estado futuro. Ellos eran
los infieles burladores de esa época y ese país. —Hay una gran ira venidera. Gran interés de cada
uno es huir de la ira. Dios, que no se deleita en nuestra ruina, nos ha advertido; advierte por la
palabra escrita, por los ministros, por la conciencia. No son dignos del nombre de penitentes, ni de
sus privilegios, los que dicen que lamentan sus pecados, pero siguen en ellos. Conviene a los
penitentes ser humildes y bajos a sus propios ojos, agradecer la mínima misericordia, ser pacientes
en las grandes aflicciones, estar alerta contra toda apariencia de mal, abundar en todo deber, y ser
caritativos al juzgar al prójimo. —Aquí hay una palabra de cautela, no confiar en los privilegios
externos. Hay muchos cuyos corazones carnales son dados a seguir lo que ellos mismos dicen dentro
de sí y dejan de lado el poder de la palabra de Dios que convence de pecado y su autoridad. Hay
multitudes que no llegan al cielo por descansar en los honores y las simples ventajas de ser
miembros de una iglesia externa. —He aquí una palabra de terror para el negligente y confiado.
Nuestros corazones corruptos no pueden dar buen fruto a menos que el Espíritu regenerador de
Cristo implante la buena palabra de Dios en ellos. Sin embargo, todo árbol, con muchos dones y
honores, por verde que parezca en su profesión y desempeño externo, si no da buen fruto, frutos
dignos de arrepentimiento, es cortado y echado al fuego de la ira de Dios, el lugar más apto para los
árboles estériles; ¿para qué otra cosa sirven? Si no dan fruto, son buenos como combustible. —Juan
muestra el propósito y la intención de la aparición de Cristo, la cual ellos ahora esperaban con
prontitud. No hay formas externas que puedan limpiarnos. Ninguna ordenanza, sea quien sea el que
la administre, o no importa la modalidad, puede suplir la necesidad del bautismo del Espíritu Santo y
de fuego. Sólo el poder purificador y limpiador del Espíritu Santo puede producir la pureza de
corazón, y los santos afectos que acompañan a la salvación. Cristo es quien bautiza con el Espíritu
Santo. Esto hizo con los extraordinarios dones del Espíritu enviados a los apóstoles, Hechos ii, 4.
Esto hace con las gracias y consolaciones del Espíritu, dados a quienes le piden, Lucas xi, 13; Juan
vii, 38, 39; ver Hechos xi, 16. —Obsérvese aquí, la iglesia externa en la era de Cristo, Isaías xxi, 10.
Los creyentes verdaderos son el trigo, sustanciosos, útiles y valiosos; los hipócritas son paja, livianos
y vacíos, inútiles, sin valor, llevados por cualquier viento; están mezclados, bueno y malo, en la
misma comunión externa. Viene el día en que serán separados la paja y el trigo. El juicio final será el
día que haga la diferencia, cuando los santos y los pecadores sean apartados para siempre. En el
cielo los santos son reunidos, y no más esparcidos; están a salvo y ya no más expuestos; separados
del prójimo corrompido por fuera y con afectos corruptos por dentro, y no hay paja entre ellos. El
infierno es el fuego inextinguible que ciertamente será la porción y el castigo de los hipócritas e
incrédulos. Aquí la vida y la muerte, el bien y el mal, son puestos ante nosotros: según somos ahora
en el campo, seremos entonces en la era.