Vv. 1, 2. Después de Moisés y Aarón, nadie tenía más probabilidades de ser honrado en Israel que
Nadab y Abiú. Hay razón para pensar que ellos se llenaron de orgullo y que se encendieron con vino.
Mientras el pueblo estaba postrado ante el Señor, adorando su presencia y gloria, ellos entraron
precipitadamente al tabernáculo para quemar incienso, aunque no en el momento indicado; los dos
juntos en lugar de ir uno solo, y con fuego que no fue tomado del altar. Si lo hubieran hecho por
ignorancia, se les habría permitido llevar una ofrenda por el pecado. Pero el alma que actúa
presuntuosamente y con desdén de la majestad y justicia de Dios, esa alma, será cortada. La paga del
pecado es muerte. Ellos murieron en el acto mismo de su pecado. —El pecado y el castigo de estos
sacerdotes mostró la imperfección del sacerdocio desde su comienzo mismo, y que no podía
resguardar del fuego de la ira de Dios, no siendo otra cosa que era un tipo del sacerdocio de Cristo.