Vv. 22—24. Cuando finalizó la solemnidad y se dijo la bendición, Dios testificó su aceptación.
Ahí vino un fuego del Señor y consumió el sacrificio. Este fuego podía justamente haber sido
precipitado sobre el pueblo consumiéndolos por sus pecados pero al consumir el sacrificio significó
la aceptación de Dios de ello como expiación por el pecador. —También esto fue una figura de las
cosas buenas venideras. El Espíritu descendió como fuego sobre los apóstoles. Y el descenso de este
fuego santo a nuestras almas, para encender en ellas afectos piadosos y devotos para con Dios, y tal
celo santo que quema la carne y sus lujurias, es una prenda segura de la bondadosa aceptación de
nuestras personas y desempeños por parte de Dios. Nada va a Dios sino lo que viene de Él. Debemos
tener gracia, ese fuego santo, del Dios de la gracia o, de otro modo, no podemos servirle
aceptablemente, Hebreos iv, 16; xii, 28. —El pueblo fue aceptado por este descubrimiento de la
gloria y gracia de Dios. Ellos lo recibieron con el gozo más elevado; triunfantes en la seguridad dada
a ellos de que habían tenido cerca a Dios. Y con la menor reverencia; adorando humildemente la
majestad de ese Dios que así condescendió a manifestarse a ellos. Miedo pecador de Dios es aquel
que nos aleja de Él; el temor de la gracia nos hace inclinarnos ante Él.