Vv. 1—8. Moisés fue llamado para que subiera al monte y fue empleado como mensajero del pacto.
El Hacedor y principal impulsor del pacto es Dios mismo. Este bendito estatuto fue concedido por la
libre gracia de Dios. El pacto aquí mencionado fue el pacto nacional por el cual los israelitas
llegaron a ser un pueblo gobernado por Jehová. Fue un tipo del nuevo pacto hecho con los creyentes
verdaderos en Cristo Jesús pero, como otros tipos, sólo era una sombra de las cosas buenas que
vendrán. Como nación quebrantaron el pacto; por tanto, el Señor declaró que Él haría un nuevo
pacto con Israel escribiendo su ley, no sobre tablas de piedras, sino en sus corazones, Jeremías xxxi,
33; Hebreos viii, 7–10. El pacto aludido en estos lugares como próximo a desaparecer es el pacto
nacional con Israel que ellos perdieron por su pecado. Si no atendemos cuidadosamente a esto,
caeremos en errores al leer el Antiguo Testamento. No debemos suponer que la nación de los judíos
bajo el pacto de obras, nada sabe del arrepentimiento ni de la fe en un Mediador, del perdón de
pecados ni de la gracia; ni debemos suponer tampoco que toda la nación de Israel tuvo el carácter y
poseyó los privilegios de los creyentes verdaderos, como verdaderos partícipes del pacto de gracia.
Todos ellos estaban bajo una dispensación de misericordia; tuvieron privilegios externos y ventajas
para la salvación; pero, como los cristianos profesantes, la mayoría se quedó allí, sin pasar más
adelante. —Israel aceptó las condiciones. Respondieron como un solo hombre: “Todo lo que Jehová
ha dicho haremos”. ¡Oh, que hubiera habido en ellos un corazón así dispuesto! Moisés, como
mediador, transmitió las palabras del pueblo a Dios. Así, Cristo el Mediador, como Profeta, nos
revela la voluntad de Dios, sus preceptos y promesas y, luego, como Sacerdote, ofrece a Dios
nuestros sacrificios espirituales, no sólo de oración y alabanza, sino de afectos devotos y
resoluciones piadosas, ¡la obra de su propio Espíritu en nosotros!