Vv. 22—27. En el desierto de Shur los israelitas no tuvieron agua. En Mara tuvieron agua pero
era amarga de modo que no pudieron beberla. Dios puede hacernos amargo eso que más nos
prometamos a nosotros mismos y, a menudo lo hace así en el desierto de este mundo, para que
nuestras carencias y desengaños en la criatura nos lleven al Creador en cuyo solo favor puede tenerse
consuelo verdadero. —En su malestar la gente se afanó y peleó con Moisés. Los hipócritas pueden
mostrar mucho afecto y parecer fervorosos en los ejercicios religiosos pero caen en el momento de la
tentación. Aun los creyentes verdaderos será tentados, en momentos de aguda prueba, a afanarse,
desconfiar y rezongar. Pero en cada prueba debemos echar nuestra preocupación sobre el Señor y
derramar nuestros corazones ante Él. Entonces hallaremos que una voluntad sumisa, una conciencia
pacífica y los consuelos del Espíritu Santo volverán soportable a la prueba más amarga, hasta
agradable, sí. —Moisés hizo lo que el pueblo había descuidado hacer; él clamó al Señor. Dios
proveyó bondadosamente para ellos. Él dirigió a Moisés hacia un árbol que arrojó a las aguas que, de
inmediato, fueron endulzadas. Algunos hacen de este árbol un tipo de la cruz de Cristo que endulza
las aguas amargas de la aflicción para todos los fieles y les capacita para regocijarse en la
tribulación. Pero el israelita rebelde no saldrá mejor librado que el egipcio rebelde. La amenaza es
solamente implícita, la promesa es explícita. Dios es el gran Médico. Si somos bien conservados, es
Él que nos mantiene; si somos mejorados, Él es quien nos recupera. Él es nuestra vida y el largo de
nuestros días. No olvidemos que somos preservados de la destrucción y librados de nuestros
enemigos para ser los siervos del Señor. —En Elim tuvieron agua buena y suficiente. Aunque por un
tiempo Dios puede ordenar que su pueblo acampe al lado de las aguas amargas de Mara, esa no será
por siempre su suerte. No desfallezcamos en las tribulaciones.