Vv. 37—42. Los hijos de Israel se pusieron en marcha sin tardanza. Una multitud de toda clase
de gente fue con ellos. Quizá algunos estuvieran dispuestos a dejar su patria, desolada por las plagas;
otros, por curiosidad; quizá unos pocos por amor a ellos y su religión. Pero entre los israelitas
siempre hubo quienes no eran israelitas. De la misma manera aún hay hipócritas en la iglesia. —Este
gran acontecimiento sucedió a los 430 años de hacerse la promesa a Abraham: véase Gálatas iii, 17.
Tanto tiempo había estado sin cumplirse la promesa de establecerlos en su tierra; pero, aunque las
promesas de Dios no tengan rápido cumplimiento, se cumplirán en el momento más oportuno. —
Esta es esa noche del Señor, la noche notable, digna de celebrarse en todas las generaciones. Las
grandes cosas que Dios hace por su pueblo no son una maravilla sólo para unos cuantos días, sino
para ser recordadas en todas las épocas, especialmente la obra de nuestra redención por Cristo. La
primera noche de la Pascua fue una noche del Señor, digna de ser observada; pero la noche última de
la Pascua, en que Cristo fue traicionado y en que se puso término a la primera Pascua, con las demás
ceremonias judías, fue una noche del Señor, que debe ser celebrada mucho más. En dicha ocasión,
fue quebrantado y quitado de nuestro cuello un yugo, más pesado que el de Egipto, y se nos puso por
delante una tierra mejor que la de Canaán. Fue una redención digna de celebrarse en el cielo por toda
la eternidad.