Vv. 1—7. Los privilegios espirituales no vacían ni debilitan, antes bien confirman los deberes
civiles. Sólo las buenas palabras y las buenas intenciones no bastan sin las buenas obras. No deben
ser belicosos, sino mostrar mansedumbre en todas las ocasiones, no sólo con las amistades sino a
todos los hombres, pero con sabiduría, Santiago ii, 13. Aprendamos de este texto cuán malo es que
un cristiano tenga malos modales con el peor, el más débil y el más abyecto. —Los siervos del
pecado tienen muchos amos, sus lujurias los apresuran a ir por diferentes caminos; el orgullo manda
una cosa, la codicia, otra. Así son odiosos, y merecen ser odiados. Desgracia de los pecadores es que
se odien unos a otros, y deber y dicha de los santos es amarse los unos a los otros. Somos librados de
nuestro estado miserable sólo por la misericordia y la libre gracia de Dios, el mérito y los
sufrimientos de Cristo, y la obra de su Espíritu. —Dios Padre es Dios nuestro Salvador. Él es la
fuente de la cual fluye el Espíritu Santo para enseñar, regenerar y salvar a sus criaturas caídas; y esta
bendición llega a la humanidad por medio de Cristo. El brote y el surgimiento de ellos son la bondad
y el amor de Dios al hombre. El amor y la gracia tienen gran poder, por medio del Espíritu, para
cambiar y volver el corazón a Dios. Las obras deben estar en el salvado, pero no son la causa de su
salvación. Obra un nuevo principio de gracia y santidad, que cambia, gobierna y hace nueva criatura
al hombre. La mayoría pretende que al final tendrá el cielo, aunque ahora no les importa la santidad:
ellos quieren el final sin el comienzo. He aquí el signo y sello externo de ello en el bautismo,
llamado el lavamiento de la regeneración. La obra es interior y espiritual; es significada y sellada
exteriormente en esta ordenanza. No se reste importancia al signo y sello exterior; pero no
descanséis en el lavamiento exterior, pero busca la respuesta de una buena conciencia, sin la cual el
lavado externo no sirve de nada. El que obra en el interior es el Espíritu de Dios; es la renovación del
Espíritu Santo. Por Él mortificamos el pecado, cumplimos el deber, andamos en los caminos de
Dios; toda la obra de la vida divina en nosotros, los frutos de la justicia afuera, son por este Espíritu
bendito y santo. El Espíritu y sus dones y gracias salvadoras vienen por medio de Cristo, como
Salvador, cuya empresa y obra es llevar a los hombres a la gracia y la gloria. La justificación, en el
sentido del evangelio, es el perdón gratuito del pecador; aceptarlo como justo por la justicia de
Cristo recibida por fe. Dios es bueno con el pecador cuando lo justifica según el evangelio, pero es
justo consigo mismo y con su ley. Como el perdón es por medio de la justicia perfecta, y Cristo
satisface la justicia, esta no puede ser merecida por el pecador mismo. La vida eterna se presenta
ante nosotros en la promesa; el Espíritu produce la fe en nosotros y la esperanza de esa vida; la fe y
la esperanza la acercan y llenan de gozo por la expectativa de ella.