Vv. 13-18. Estos versículos muestran la diferencia entre los hombres que pretenden ser sabios y
los que realmente lo son. El que piensa o habla bien no es sabio en el sentido de las Escrituras, si no
vive y actúa bien. La sabiduría verdadera puede conocerse por la mansedumbre del espíritu y del
temperamento. Los que viven en maldad, envidia y contención, viven en confusión; y están
obligados a ser provocados y precipitados a toda mala obra. Tal sabiduría no viene de lo alto, sino
que brota de principios, actos o motivos terrenales y está dedicada a servir propósitos terrenales. Los
que se jactan de una sabiduría así, deben caer en la condenación del diablo. La sabiduría celestial,
descrita por el apóstol Santiago, es cercana al amor cristiano, descrito por el apóstol Pablo; y ambos
son descritos así para que todo hombre pueda probar plenamente la realidad de sus logros en ellas.
No tiene disfraz ni engaño. No puede caer en los manejos que el mundo considera sabios, que son
astutos y mal intencionados, pero es sincera, abierta, constante, uniforme, y coherente consigo
misma. Que la pureza, la paz, la bondad, la docilidad y la misericordia se vean en todas nuestras
acciones, y que los frutos de la justicia abunden en nuestra vida, probando que Dios nos ha otorgado
este excelente don.