Vv. 15—20. Los creyentes no deben temer la muerte. La honra de la condición externa del hombre, lo grande que fue en vida, no sirve de nada en la muerte; pero la diferencia del estado espiritual de los hombres, aunque parezca de poca monta en esta vida, sin embargo, es muy grande en la muerte y después de ella. —El alma es a menudo juzgada por la vida.
El Dios de la vida, que fue su Creador primero, puede ser y será su Redentor al fin. Incluye la salvación del alma de su destrucción eterna. —Los creyentes estarán sometidos a la fuerte tentación de envidiar la prosperidad de los pecadores. Los hombres te alabarán y clamarán a ti, como si hubieran hecho bien al desarrollar un patrimonio y una familia.
Pero, ¿de qué servirá ser aprobados por los hombres, si Dios nos condena? Quienes son ricos en la gracia y las consolaciones del Espíritu, tienen algo de lo cual la muerte no puede despojarlos, más bien dicho, algo que la muerte mejorará; pero, en cuanto a las posesiones mundanas, como nada trajimos al mundo, así de seguro es que nada llevaremos; debemos dejar todo a los demás. —El resumen de todo el asunto es que de nada aprovecha al hombre si gana todo el mundo, llega a ser poseedor de toda su riqueza y todo su poder, si pierde su alma y es desechado por falta de la sabiduría santa y celestial que distingue al hombre de las bestias, en su vida y en su muerte. —¿Hay hombres que puedan preferir la suerte del rico pecador a la del pobre Lázaro, en la vida y la muerte, y para la eternidad? Con toda seguridad que los hay. ¡Entonces, cuánto necesitamos la enseñanza del Espíritu Santo, si con todos nuestros poderes ostentados, somos tan dados a tal necedad en el asunto más importante de todos!