Una cosa he pedido al SEÑOR, y esa buscaré:
Que habite yo en la casa del SEÑOR todos los días de mi vida,
Para contemplar la hermosura del SEÑOR
Y para meditar en Su templo (Sal 27:4).
Este salmo combina muy bien dos verdades que sería bueno considerar: la primera, Dios es quien nos concede un corazón para buscarlo y abre nuestros ojos para verlo en toda su hermosura. La segunda verdad es que somos nosotros quienes pedimos que esto sea una realidad en nuestras vidas. Sus hijos anhelamos y pedimos que nos regale la dicha de verlo y estar con Él.
El salmista se presenta como una persona con un intenso anhelo de ver y contemplar la grandeza del Señor. El corazón del salmista explota ante el anhelo de mirar la belleza de su Dios. Por eso es enfático al decir «una cosa he pedido… esa buscaré».
Pero David no solo está deseoso, sino también persuadido de que esto es don de Dios. Él sabe que el Señor es quien lo otorga y por eso lo pide en oración.
Es la prerrogativa de Dios abrir los ojos de nuestra alma para verlo majestuoso, suficiente y precioso. Él tiene el poder de alumbrar nuestros corazones, pero somos nosotros, Sus redimidos, quienes le buscamos y pedimos que nos lo otorgue.
Él lo da y nosotros lo pedimos.
El apóstol Pablo dice que es Dios quien causa la luz natural y también quien produce la luz espiritual en el corazón de los pecadores (2 Co 4:6). Esto es cierto desde la conversión hasta el final de nuestros días. Dios ilumina al pecador para que vea la belleza de Cristo y sea convertido. Es Dios quién también resplandece para que el creyente lo siga viendo hermoso y suficiente.
Una de las implicaciones de esta verdad es que cuando nuestros ojos no puedan percibir a Jesús como lo más hermoso, dulce y majestuoso, entonces podemos pedir a Dios que nos permita ver Su belleza. Podemos rogarle que nos ayude a ver al Señor como lo más deseable y precioso.
Debemos buscarlo y podemos orar diciendo: «Una cosa te he pedido mi Señor, esa buscaré; que yo esté en Tu casa todos los días de mi vida, para contemplar Tu hermosura. Amén».
GERSON MOREY