Vv. 11—14. La palabra de Dios advierte al impío que no siga su mal camino, y advierte al justo
que no se salga de su buen camino. Hay recompensa, no sólo después de obedecer los mandamientos
de Dios, sino en obedecerlos. La religión endulza nuestro consuelo y aligera nuestras cruces, hace
verdaderamente valiosa nuestra vida y verdaderamente deseable la muerte misma. —David no sólo
deseaba ser perdonado y limpiado de los pecados que había descubierto y confesado, sino de los que
había olvidado o pasado por alto.
Todos las revelaciones de pecado que nos hace la ley, deben llevarnos a orar ante el trono de la gracia. Su dependencia era la misma que la de todo cristiano que dice: Ciertamente en el Señor Jesús tengo justicia y fuerza. Ninguna oración es aceptable para Dios si no se ofrece en el poder de nuestro Redentor Divino por medio de Aquel que tomó nuestra
naturaleza sobre sí mismo, para redimirnos para Dios y restaurar la herencia perdida hace mucho
tiempo. Que nuestro corazón sea muy afectado con la excelencia de la palabra de Dios; y muy
afectado por la vileza del pecado y el peligro que corremos de y por este.