Es fácil decir que la Biblia es importante para los cristianos. Lo difícil es vivir de acuerdo con esa importancia. El domingo por la mañana cantamos «te entrego mi vida, Señor», pero el resto de la semana nuestra Biblia acumula polvo en un rincón.
¿Cómo entregaremos nuestra vida a alguien que no amamos? ¿Cómo amaremos a alguien que no conocemos? ¿Cómo conoceremos a Dios si no es a través de Su Palabra?
Lo entendemos, pero no lo vivimos. Esto incomoda profundamente nuestras almas y buscamos aliviar la disonancia cognitiva, así que empiezan las excusas:
Sé que debo leer la Biblia, pero los niños…
Sé que debo leer la Biblia, pero el trabajo…
Sé que debo leer la Biblia, pero la universidad…
Sé que debo leer la Biblia, pero no tengo tiempo.
Ciertamente, nuestros calendarios están llenos de responsabilidades por atender. Responsabilidades buenas y necesarias. Dios nos creó para glorificarle y servir en amor a nuestras familias, comunidades e iglesias locales. Pero ¿qué ofreceremos a nuestro prójimo si nuestro propio corazón no está empapado de la Palabra de Dios?
Tienes tiempo para hacer lo que deberías estar haciendo. Eso incluye conocer al Señor a través de la Escritura. Te presento cinco ideas que pueden ayudarte a poner la lectura de la Biblia en el lugar que merece dentro de tu agenda:
1. Ora
Si nuestra vida está en desorden —y ser negligentes con la lectura de la Biblia es una señal clara de que nuestra vida está en desorden— lo primero que debemos hacer para acomodar las cosas es ponernos de rodillas. No podemos vivir sabiamente sin ir a la fuente de toda sabiduría.
Dios promete darnos la sabiduría que necesitamos (Stg 1:5). Él es el más interesado en que le conozcamos y andemos en Su voluntad. No esperes a «sentirte digno» para acercarte a Dios y pedirle que dirija tus pasos. Ven así como estás. Clama a Él. Admite tu negligencia. Reconoce que has tratado de caminar por la vida sin depender de Él. Confiesa tus miedos. Pídele con fe que te muestre cómo debes caminar para darle a la Biblia el lugar que le corresponde en tu vida.
2. Suelta
Nuestro tiempo es limitado. No podemos hacerlo todo. Pero sí tenemos tiempo para hacer lo que deberíamos estar haciendo: cultivar nuestra relación con Dios. Esta es una buena noticia.
La mala noticia es que, si no estás leyendo la Biblia y tu día está verdaderamente saturado (sospecho que no es la situación de la mayoría, pero sí la de algunos), entonces tu agenda incluye cosas que no deberías estar haciendo. Tienes que empezar a soltar.
No será fácil. Probablemente deberás tener algunas conversaciones incómodas, pero ninguna será tan incómoda (e insolente) como decirle a Dios: «Bueno, Señor, yo sé que tu Palabra es muy importante, pero estas otras cosas que estoy haciendo son más importantes. ¡Lo siento!».
Siempre hay algo más que podríamos estar haciendo. Muchas de esas actividades son buenas. Pero debemos estar dispuestos a soltar algunas cosas buenas para poder abrazar cosas mejores. ¿Qué es mejor que conocer al Dios del universo, el Creador de todo lo que existe, a través de su Palabra?
3. Aparta
En el mundo de la productividad existe un concepto llamado «implementación de la intención». Se sabe que es mucho más probable que una persona cumpla con una meta personal cuando ha establecido exactamente cuándo y dónde llevará a cabo dicha actividad.
Una cosa es decir «debo leer más la Biblia», otra cosa es decir «leeré la Biblia todos los días de 8:00 a 8:30 a. m. en el comedor, después de haber desayunado y lavado los platos». Establece un tiempo y lugar regular para tu lectura.
Recuerda ser realista y considerar tus responsabilidades laborales y del hogar a la hora de determinar cuándo tendrás tu tiempo devocional. No intentes escapar de tus límites; glorifica a Dios en ellos.
4. Prepara
Los compromisos importantes hacen que acomodemos nuestro día para que dichas actividades se lleven a cabo.
Por ejemplo, si tenemos un viaje y el avión sale el sábado a las 7 a. m., la noche del viernes (a más tardar) la maleta está lista y junto a la puerta de la casa. Además, preparamos nuestro bolso con todo lo que vamos a necesitar: pasaporte, boletos, dinero, cargador del teléfono, bocadillos y demás. Sin importar nuestros hábitos de sueño, vamos a dormir temprano y ponemos una alarma (o tres) para asegurarnos de salir a tiempo y no perder el vuelo.
Hacemos todo esto porque nos preparamos con cuidado para hacer las cosas que nos importan. Entonces, ¿por qué no habríamos de prepararnos para conocer a nuestro Señor, profundizando en su Palabra?
No tiene que ser complicado. Empieza por tener a mano lo que necesitas para tu tiempo devocional: Biblia, bolígrafo, resaltador, cuaderno de oración, etc. Guárdalo todo en una canasta o bolso y colócalo junto a la mesa o sillón donde desees tener tu lectura bíblica. Además, programa una alarma para que suene unos 15 minutos antes.
5. Persevera
Si has leído hasta aquí, seguramente tienes el deseo de ser diligente y poner en práctica estas ideas para seguir profundizando en la Palabra. Eso está muy bien. Pero no podemos olvidar que, sin importar lo emocionados que estemos ahora mismo por la lectura bíblica, eventualmente vamos a fallar.
La carne es débil. El enemigo de nuestras almas buscará desviar nuestra mirada de las cosas eternas. Habrá momentos en los que flaquearemos y nuestra Biblia empezará a acumular polvo en un rincón otra vez. ¿Qué haremos entonces?
Podemos derrumbarnos. Decir que somos basura y que «ya sabíamos» que «nunca podríamos lograrlo». Pero también podemos recordar el evangelio.
Dios sabe que somos polvo. Conoce nuestras debilidades mejor que nosotros mismos. Jesús ya pagó el precio por nuestro pecado de incredulidad y apatía. Abracemos la gracia. Arrepintámonos de nuestra maldad y miremos a Jesús. Aferrémonos de Su mano y sigamos caminando con la convicción de que separados de Él nada podemos hacer (Jn 15:5).
Deléitate en la Palabra
La lectura de la Biblia es una disciplina, pero una disciplina en la que nos deleitamos. El Señor puede darnos ojos para ver la belleza de Su verdad. Clamemos como el salmista: «Abre mis ojos, para que vea las maravillas de Tu ley» (Sal 119:18).
ANA ÁVILA