Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el SEÑOR de los que le temen. (Salmo 103:13)
Si todavía no ha sucedido, llegarán días en los que tus hijos se verán obligados a enfrentar las inevitables nubes negras de la vida. Desilusiones desgarradoras. Fracasos devastadores. Malas noticias inesperadas. Confusión, ansiedad y estrés. Estas pueden aparecer como la pérdida de una posesión preciada, un fracaso en la escuela, la crueldad en las palabras de otro niño o incluso la vergüenza de su propio pecado o mal comportamiento.
En cualquier caso, estos momentos les proporcionan a los padres la oportunidad ideal para demostrar una de las características más valoradas en la vida . . . la compasión. La compasión es simplemente decidir sentir un interés sincero y comprensivo por la carga pesada que agobia a otra persona y estar dispuesto a hacer algo al respecto. Significa escuchar los problemas de otro en lugar de ignorar su malestar. Tomarse el tiempo para secar una lágrima en lugar de permitir que otra se derrame. Cubrir la culpa en lugar de exhibirla. Compartir la carga en lugar de ignorarla. Las situaciones difíciles en las vidas de nuestros hijos son oportunidades increíbles para probarles que somos un refugio seguro adonde correr con sus cargas y angustias.
Si descartamos su dolor sin ofrecer un oído dispuesto o ayuda, lo más probable es que no acudan a nosotros más adelante, cuando el problema sea más grave. La compasión no siempre es sencilla o automática. Casi nunca es conveniente o cómoda. Pero tu amor debería disipar toda duda en tus hijos de que tomas en serio sus cargas. Deben verte como un oasis de cuidado e interés, en lugar de un desierto seco que no ofrece ningún alivio.
Pero para que esto suceda, debes guiar tu corazón para que esté dispuesto y sea comprensivo. Los niños son sumamente impresionables. ¿Qué sucedería si la primera voz a la que puede acudir tu hijo cuando necesita consuelo o consejo fuera la tuya? Jesús, como siempre, dejó ejemplos de cómo demostrársela a . . .
• los cansados, las personas «angustiadas y abatidas» (Mat. 9:36)
• los ignorantes, como «ovejas sin pastor» (Mar. 6:34)
• los desorganizados que estaban abrumados (Mar. 8:1-3)
• los gravemente endeudados (Mat. 18:27)
• los enlutados que habían perdido a un ser amado (Luc. 7:12-14)
• el pecador quebrantado (Luc. 15:20-21)
• los abusados y necesitados (Luc. 10:31-35).
Es más, dentro de las siete «compasiones» de Jesús, encontrarás una representación bastante completa de su obra salvadora: cómo se acercó a nosotros cuando estábamos agobiados por el pecado, en deuda espiritual con Él, ignorantes respecto a cómo eximirnos, mal preparados para enfrentar a Dios y la eternidad. Aunque a Él le entristece nuestra maldad y está dolorosamente consciente de ella, nos ofrece el perdón que necesitamos y que su sacrificio amoroso puede proporcionar (Rom. 5:8).Jesús invitó: «Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera» (Mat. 11:28-30).
Dios puede encontrarse con nosotros en medio de las crisis, cuando nuestro corazón clama a Él. Es fiel para compadecerse de nuestras debilidades (Heb. 4:15- 16) y responder nuestras oraciones. Asimismo, tu disposición a reconfortar y consolar a tus hijos los acercará a ti y hará que sigan acudiendo a tu ayuda. En lugar de tener que luchar solos con las dudas y las preguntas espirituales, esperando que jamás descubras lo que han hecho, permaneciendo preocupados por los cambios en su cuerpo o sintiéndose inseguros por lo que dicen sus pares, sabrán que tu puerta y tu corazón están siempre abiertos a sus confesiones e inquietudes.
Así somos las manos tiernas de Jesús. De esa manera, los envolvemos con nuestros brazos, en lugar de retorcerles el cuello. Así sabemos cuándo intervenir y rescatarlos en lugar de abandonarlos en un pozo. Es el consuelo hermoso y sanador de la compasión.