Lo admito. Pensaba que la crianza de los hijos sería más fácil. Como el antiguo fariseo, consideré todas las razones para confiar en mí misma.
¿Buen ejemplo de mis padres? Sí. ¿Matrimonio saludable? Sí. ¿Maestra de escuela dominical, consejera de campamento, fe en Dios? Listo, listo, listo. Incluso habíamos tenido ocho niños de acogida. ¡Puntos extra!
La crianza de los hijos debería ser pan comido, o al menos algo que mi esposo y yo pudiéramos manejar.
Problema interno
Obviamente, no tuve en cuenta lo que hace que la crianza de los hijos sea un desafío: nuestra carne (Ro 7:18). Mi hijo es un pecador. Mi esposo es un pecador. Yo soy una pecadora. Como mi hija lo dijo muy bien una vez, cuando se le preguntó por qué se había portado mal: «Porque quiero lo que quiero cuando lo quiero». Todos, si somos sinceros, sentimos lo mismo. El egoísmo, la pereza, los celos… no son solo lo que tenemos que abordar en nuestros hijos, sino también en nosotros mismos.
No me malinterpretes: nuestra hija es una alegría y un deleite. Pero la crianza sigue siendo difícil porque es una batalla por su corazón y su alma. Es una batalla contra los deseos pecaminosos y egoístas de mi propio corazón y alma.
Punto decisivo
Durante un tiempo particularmente difícil, me sentí fracasada en muchas áreas de la crianza. La presión de tomar las decisiones correctas, tener las conversaciones correctas y discipular de la manera correcta comenzó a abrumarme. Entonces se me recordó (una vez más) que yo no tengo el poder de cambiar a mis hijos. Dios lo tiene.
Mi hija necesita mis palabras, mi ejemplo, mi consejo y mi amor. Pero aún más, ella necesita la Palabra de Dios, Su ejemplo, Su consejo y Su amor.
Tenemos una gran influencia sobre nuestros hijos. No debemos tomarlo a la ligera. Pero la tentación es hacer que mi influencia sea más importante que la de Dios, poner más peso en mis palabras que en las Suyas.
En ese momento, me sentí desafiada a leer la Palabra de Dios con mi hija. Asistíamos a la iglesia con regularidad, y la Biblia estaba presente en sus tareas escolares y en nuestras vidas. Incluso había memorizado las Escrituras. Pero faltaba el compromiso de exponerla regularmente a todo el consejo de Dios.
Así que empezamos a leer cada día antes de la escuela.
Este pequeño compromiso me ha bendecido mucho como madre. Tengo un asiento de primera fila para ver la obra de Dios en su vida. Las conversaciones que han surgido han superado con creces mis expectativas.
Empecé a preguntarle después de cada lectura: «¿Qué características de Dios has oído mencionar?». Lo que más deseaba no era proporcionarle héroes o lecciones morales, sino que viera y conociera al Señor.
Un ejemplo
Hoy leímos sobre Daniel en el foso de los leones. Cuando le pregunté sobre lo que escuchó, dijo: «Dios es poderoso. Es más poderoso que los leones. Es más poderoso que los reyes». Me encanta cómo esa simple pregunta suele resultar en un himno de alabanza a Dios.
Hablamos de que Dios es más poderoso que los que intentan ser tramposos. Hablamos de que, aunque no promete protegernos de todos los sufrimientos, es capaz de hacerlo. Hablamos de cómo debemos esperar el sufrimiento y de cómo una visión equivocada del sufrimiento puede hacernos enfadar con Dios (o con nosotros mismos) por «no tener suficiente fe». Compartí sobre la realidad de esas tentaciones cuando sufrí infertilidad. Ella compartió sobre su propio sufrimiento después de perder nuestra mascota.
Eso es solo un capítulo de la Biblia. Una conversación. Una mañana.
Mi hija inició su día con los ojos puestos en Dios y en Su carácter. Ella sabe que Él es poderoso. Sabe que ella va a sufrir. Sabe que Dios se preocupa por su sufrimiento. Qué verdades tan poderosas para una niña de diez años.
Mi día inicia con los ojos puestos en Dios y en Su carácter. Sé que es poderoso. Sé que voy a sufrir. Sé que Dios se preocupa por mi sufrimiento. Qué verdades tan poderosas para alguien de cuarenta y nueve años.
La crianza de los hijos sigue siendo un reto diario. Pero encuentro el peso de esos desafíos mucho más ligero cuando tengo una visión correcta de Dios y de mi responsabilidad a la luz de Su capacidad. Mi responsabilidad es paja en la balanza; solo una pizca de Su capacidad hace caer la balanza al suelo. Lo mismo ocurre con mi amor por mi hija en comparación con el amor de Dios por ella.
La lectura diaria de la Biblia con nuestros hijos no es una solución mágica. Aunque no hay una fórmula garantizada para la fidelidad, estamos llamados a seguir el mandato de Dios de «instruir al niño en el camino que debe andar», orando para que «aun cuando sea viejo no se aparte de él» (Pr 22:6).
Padres que apuntan a Jesús
Imagina que quieres juntar a una amiga con un gran amigo que conoces. ¿Qué haces? Preparas la manera para que se conozcan. Hablas de él en la conversación. También oras por la mano del Señor en esa relación. Tu trabajo es hacer la presentación y crear oportunidades para que sus vidas se crucen. El «gran amigo» es responsable de edificar la relación.
Leer la Biblia juntos es una de las maneras en que preparo a mi hija para que conozca a Jesús. Con mis palabras y mis acciones hablo de Él en mi vida diaria. Además, oro por ella. Pero, en última instancia, Dios es el responsable de edificar esa relación. En esa verdad, hay descanso en medio de toda esta labor de crianza.
Dorothy Griffin