Vv. 21—23. El placer y el provecho del pecado no merecen ser llamados fruto. Los pecadores no
están más que arando iniquidad, sembrando vanidad y cosechando lo mismo. La vergüenza vino al
mundo con el pecado y aún sigue siendo su efecto seguro. El fin del pecado es la muerte. Aunque el
camino parezca placentero e invitador, de todos modos al final habrá amargura. —El creyente es
puesto en libertad de esta condenación, cuando es hecho libre del pecado. Si el fruto es para
santidad, si hay un principio activo de gracia verdadera y en crecimiento, el final será la vida eterna,
¡un final muy feliz! Aunque el camino es cuesta arriba, aunque es estrecho, espinoso y tentador, no
obstante, la vida eterna en su final está asegurada. La dádiva de Dios es la vida eterna. Y este don es
por medio de Jesucristo nuestro Señor. Cristo la compró, la preparó, nos prepara para ella, nos
preserva para ella; Él es el todo en todo de nuestra salvación.