Vv. 21—24. El apóstol agrega recuerdos afectuosos de personas que están con él, conocidos por
los cristianos de Roma. Gran consuelo es ver la santidad y el servicio de nuestros parientes. No son
llamados muchos nobles, ni muchos poderosos, pero algunos los son. Es lícito que los creyentes
desempeñen oficios civiles y sería deseable que todos los oficios de los países cristianos, y de la
Iglesia, fueran encargados a cristianos prudentes y firmes.
Vv. 25—27. Lo que confirma las almas es la clara predicación de Jesucristo. Nuestra redención y
salvación hecha por el Señor Jesucristo, incuestionablemente es el gran misterio de la piedad. Sin
embargo, bendito sea Dios, que tanto de este misterio sea claro como para llevarnos al cielo, si no
rechazamos voluntariamente una salvación tan grande. La vida y la inmortalidad son sacadas a la luz
por el evangelio, y el Sol de Justicia se levanta sobre el mundo. Las Escrituras de los profetas, lo que
dejaron por escrito, no sólo es claro en sí, sino que por ellas se da a conocer este misterio a todas las
naciones. Cristo es salvación para todas las naciones. El evangelio es revelado, no para conversarlo
ni para debatirlo, sino para someterse a él. La obediencia de fe es la obediencia dada a la palabra de
la fe, y que viene por la gracia de la fe. —Toda la gloria que el hombre caído dé a Dios, para ser
aceptado por Él, debe ser por medio del Señor Jesús, porque en Él solo pueden ser agradables para
Dios nuestras personas y nuestras obras. Debemos mencionar esta justicia, como suya solamente, de
Aquel que es el Mediador de todas nuestras oraciones, porque Él es y será, por la eternidad, el
Mediador de todas nuestras alabanzas. Recordando que somos llamados a la obediencia de fe, y que
todo grado de sabiduría es del único sabio Dios, debemos rendir a Él, por palabra y obra, la gloria
por medio de Jesucristo; para que, así esté la gracia de nuestro Señor Jesucristo con nosotros para
siempre.