¿Alguna vez has oído el dicho “no eres monedita de oro para caerle bien a todo el mundo”? Muchas veces esta frase puede convertirse en una necia excusa para despreciar la gracia de Dios. Como Sus hijos, Dios quiere que nosotros hallemos gracia y buena opinión ante Él y ante los hombres. La Palabra del Señor menciona que Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y para con los hombres (Lucas 2:52).
Aun hasta el mismo Jesús experimentó que la gracia aumentaba en su vida. “Crecemos en la gracia, no por una medida cuantitativa de alguna sustancia dentro nuestro, sino por la ayuda misericordiosa del Espíritu Santo que mora en nosotros, actuando en su gracia a favor nuestro y en nosotros.” R.C. Sproul. “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.” 1 Pedro 3:18
Otro ejemplo bíblico es el de José a quien Dios le dio gracia ante Faraón, un hombre pagano, pero quien vio la gloria de Dios en la vida de José. Esta gracia fue posible en él por la presencia de Dios en su vida. “Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él” Hechos 7:9 “Y le libró de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante de Faraón rey de Egipto, el cual lo puso por gobernador sobre Egipto y sobre toda su casa.” Hechos 7:10 Según Proverbios 3:3-4, hallamos gracia al saborear Su misericordia, y al vivir en la verdad de Dios que nunca cambia y nos transforma.
¿Quién es la fuente de la gracia divina? Cristo, quien nos atrae a sí mismo y derrama su preciosa gracia para vivir delante de nuestro Dios y de los hombres. “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” Juan 1:16-17
Karine de Barrientos