«La misericordia y la verdad
Nunca se aparten de ti;
Átalas a tu cuello,
Escríbelas en la tabla de tu corazón»
(Proverbios 3:3)
La dicotomía extrema entre el amor y la verdad siempre será una de las grandes pruebas de la necedad humana. La separación que hacemos entre el amor solo como un sentimiento y la verdad solo como un razonamiento, inunda la cultura popular y su profunda oposición se ve reflejada una y otra vez en el arte, el cine y la música popular.
Tendemos a evaluar al amor y la verdad con diferentes medidas. Por ejemplo, la pregunta «¿cuánto me quieres?» nunca tendrá una respuesta satisfactoria y posiblemente tal respuesta recibirá el consabido y subjetivo «no me quieres lo suficiente». Por el contrario, la verdad requiere de precisión y objetividad. Si preguntáramos: «¿Hiciste todo lo que te pedí que hicieras?», la respuesta «sí, pero no» o «sentí que lo hice todo» nunca será una que la verdad validaría como correcta, ¿no es cierto?
El problema es que también vivimos en un tiempo en donde el amor y la verdad se han mezclado hasta confundirse entre ellos. La mezcla de sentimiento y verdad prima en nuestros días. La verdad ahora depende de que la «sienta» como verdadera y lo que yo «siento» (por ser mío) tiene que ser verdad o, mejor dicho, es mi verdad.
Ubicar al amor y a la verdad en extremos opuestos, o mezclar ambos términos hasta perder sus diferencias, es necedad. Solo podremos alcanzar la sabiduría cuando entendemos que ambos factores son necesarios, íntimos y complementarios. Podríamos decir que el amor y la verdad son las dos caras de una misma moneda.
El maestro de sabiduría aconseja con claridad absoluta que la misericordia (el amor) y la verdad deben permanecer de manera visible tanto en el exterior (como los dijes de un collar), como en el interior (escritos de forma indeleble en el corazón) de nuestras vidas. Nuestros pensamientos y nuestras acciones deben estar regidos por estos dos elementos diferentes pero indisolubles.
La palabra que traducimos del hebreo como «misericordia» es básicamente un amor firme y minucioso que se expresa como ternura y consideración hacia los demás. Aunque la misericordia se entiende básicamente como una actitud divina de compasión a los demás, su fuente es el amor. Al estar fundada en el amor de Dios, no es simplemente una reacción espontánea sentimental de bondad o atención, sino que se nutre de una observación objetiva de la realidad. No podría existir el amor o la misericordia sin que la verdad no los alimente.
A su vez, la palabra hebrea que se traduce como «verdad» implica firmeza, fidelidad, veracidad y confiabilidad. La verdad hebrea no solo involucra declaraciones correctas que se ajustan a la realidad, sino que también tiene que ver con un comportamiento veraz que se ajusta a lo que afirma, cumple lo que promete, actúa con justicia y sinceridad. Por eso en la Biblia «verdad» y «fidelidad» son sinónimos.
Veamos dos características que no debemos perder de vista de esta unidad fundamental:
La verdad es la base sobre la cual se establece el amor. El amor nunca puede ofrecer algo que esté por debajo de la verdad porque sería engañoso y hasta dañino.
El amor siempre enriquecerá a la verdad. El amor permite que haya un deseo intenso por conocer al objeto amado. En medio de esa búsqueda, la verdad permitirá que ese amor pueda entregarse de manera efectiva y con base en la realidad.
Esto nos apunta al evangelio, pues vemos en la muerte de nuestro Señor la manifestación evidente de la misericordia y la verdad de Dios. Dios nos amó de tal manera que no podía pasar por alto la verdad de nuestra condición caída. Por lo tanto, envió a su Hijo como redentor para que su justicia fuera satisfecha y su amor se manifestara con verdad y recibiéramos el verdadero perdón de nuestros pecados. De otra manera, su amor sin verdad o su verdad sin amor no hubiera obrado en nuestra salvación.
Somos sabios cuando el amor y la verdad, como las dos caras de una misma moneda, nos ayudan a vivir en armonía. El amor nos permite estar juntos a pesar de nuestras diferencias e imperfecciones. La verdad nos ayuda a establecer el orden que facilite esa convivencia.