La casa de mi abuelita siempre estaba limpia y ordenada, impecable. Sin embargo, en el segundo nivel de la casa, había una habitación que mi abuelita solía mantener bajo llave. Con el tiempo, se convirtió en motivo de curiosidad para sus nietos. Nos preguntábamos qué podría estar escondiendo allí. Nuestras suposiciones iban desde los papeles de nuestra herencia, un tesoro, o hasta incluso un esposo.
Cuando le preguntamos a la abuelita por qué nadie podía entrar a la habitación, ella respondió: «Es mi cuarto secreto. Nadie puede entrar. Si alguien entrara, entonces lo que guardo allí dejaría de ser un secreto. ¿Cierto?».
El tiempo transcurrió y mi abuelita falleció. Entonces llegó el día en que, después de horas y horas buscando las llaves, abrieron la habitación secreta. Dentro de ella se encontraron toda clase de cachivaches. Mi tía, que estaba más curiosa que nosotros, exclamó: «¡Es un cuarto lleno de basura! Con razón nunca quiso que entráramos».
Mi abuelita guardaba muchas cosas que, o no sabía qué hacer con ellas, o eran cosas que tenían algún valor sentimental. Había cartas, basura de comida rápida, muebles viejos, cajas semi vacías con periódicos antiguos y hasta confeti de una fiesta de cumpleaños que se realizó en su casa.
Doble vida y autoprotección
Estoy segura de que mi abuelita tenía miles de razones para no mostrarnos su habitación secreta. Pero también estoy segura de que sus intenciones, por inocentes que fuesen, apuntaban a secretos en su corazón de los que se sentiría avergonzada o indispuesta a dar explicación si nos abría la puerta a sus secretos, pues todos somos así en cierta medida.
Quizá escondía tristezas, dolor o una imagen que no le gustaría que viéramos en ella. Fue más fácil esconderse detrás de esa habitación y llevar una doble vida de manera pasiva frente a su familia, como descubrí mucho después al leer su diario. Esto le permitió formar, delante de nosotros, esa imagen impecable que ella quería que viéramos en ella.
¿Te has encontrado viviendo de esta manera? ¿Guardas dentro de ti un lugar secreto que te avergüenza compartir con otros?
Definitivamente es más fácil esconder la fealdad arraigada profundamente en nuestros corazones que admitirla y confesarla. A veces hablamos bastante para desahogarnos pero, al final, no decimos nada honesto que nos ayude a entender lo que realmente sucede, ni decimos nada que nos ayude a ver lo que no hemos visto para cambiar lo que no hemos cambiado.
Sin darnos cuenta, estamos acostumbradas a vivir así. Desde Génesis 3, cuando el pecado entró al mundo y a los corazones de los seres humanos, encontramos a Adán y Eva escondiéndose en el momento en que se dieron cuenta de que habían pecado.
Quizá lleguemos al punto de vivir con las llaves en el cuello con tal de que nuestra basura se quede bien guardada y nunca sea descubierta. Nos volvemos esclavas de aquello que obedecemos (Ro 6:16). Entonces, te pregunto: ¿Por qué callamos? ¿Por qué es tan difícil mostrarnos como realmente somos? ¿Será que hemos caído en la hipocresía de vivir y aparentar ser lo que no somos con el fin de autoprotegernos?
La necesidad de confesar
La verdad es que confesar no es para fuertes; es para los débiles y necesitados. Aunque confesar aquello con lo que luchamos requiere valentía, también requiere comprender una mejor visión de aquello que perderemos y lo que recibiremos: perderemos orgullo y recibiremos santidad que nos asemeja a nuestro Salvador y Señor.
Las mujeres solemos hablar mucho pero, a veces, como dice Proverbios, en la mucha palabrería hay pecado (Pr 10:19) porque escondemos aquello que realmente necesitamos decir: «¡Ayúdame!». Pedir ayuda es un buen primer paso pero también necesitamos confesar, perdonar y pedir perdón. Reconocer que andamos en tinieblas es una buena oportunidad para que el silencio pecaminoso de nuestro corazón salga a la luz.
Muchas cosas pueden salir mal cuando buscas a alguien para confesar un pecado, pero muchas cosas también pueden salir mejor de lo que esperabas. Al final, más que encontrar soluciones, estarás siendo obediente a Dios al confesar tu pecado para volverte a Él (Stg 5:16-20) y recibirás exhortación en vez de endurecerte por el engaño del pecado (He 3:13).
Nuestros corazones comienzan a ser restaurados cuando hablamos para pedir ayuda, confesamos y pedimos perdón. Entonces aprendemos sabiduría y humildad semejante a la de Cristo. ¡Hay transformación cuando nuestros corazones dejan de salvaguardarse y vivir una doble vida! Así nos damos cuenta de que decir la verdad trae una libertad real. Ya no cargarás esa llave pesada al cuello como un yugo difícil de llevar. Jesús dijo que Su yugo era fácil y su carga ligera para que nuestros corazones encuentren descanso (Mt 11:28-30).
La necesidad de un Salvador
No sé cuánto tiempo llevas guardando tus luchas en secreto. No sé qué forma tienen, ni si vienen en cajas etiquetadas de lujuria, confusión sexual, abuso, mentira, robo, chisme, envidia, amargura, falta de perdón, gritería, amor por la comida, odio por tu cuerpo, enojo contra tus padres, infidelidad, temor, depresión, angustia u orgullo.
Pero si has puesto tu fe en Cristo Jesús, Él es tu Salvador y Señor para salvarte del pecado que te acecha y liberarte de la condenación que te acusa y sepulta. Él es tu Señor para gobernar tu corazón. Él te da un nuevo corazón (Ez 36:26) para moldearte con Sus manos y hacerte a Su imagen y Semejanza, un día a la vez (Ro 8:29).
Además, Dios te ha puesto en una familia de fe con otros hermanos y hermanas que seguramente también tienen una habitación secreta en sus corazones y que necesitan de tu oído, tus dones y tu servicio para ayudarles a recordar la libertad que tenemos en el evangelio. El autor de la carta de Hebreos nos anima con estas palabras:
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna (Heb 4:15-16).
Por la fe en Cristo, podemos acercarnos confiadamente a Él para recibir compasión y gracia. Esta es la verdad más grande que somos llamadas a recordarnos unas a otras cuando confesamos los secretos pecaminosos de nuestros corazones.
Camina en libertad
¿Qué imagen quieres mantener en tu vida: la tuya o la de Cristo? ¿Cuánto vale tu reputación frente a vivir con la conciencia de que Dios te ve, te conoce y te perdona?
Te invito a orar al Señor, pedir perdón por tu pecado y orar para hablar con alguien. Busca a esas mujeres que Dios ha puesto en tu vida, mujeres piadosas que han probado ser maduras en la fe, para pedir ayuda y compartir esas luchas profundas que hoy te esclavizan.
No esperes más. Recuerda lo que dice el proverbio: «El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia» (Pr 28:13). Nuestro Dios de misericordia te consuela, te recibe, y te ayuda a vivir conforme a lo que has creído en Él. Abre el cerrojo de esa habitación secreta para vivir a plena luz y camina en la libertad que Cristo Jesús ha comprado en la cruz para ti.
Susana de Cano