LILIANA LLAMBÉS
«Abuela» es una palabra que te llena de emociones desde el mismo momento en que te enteras de que pronto llegará a tu vida un nieto. El corazón se embarga de una alegría particular, mucha gratitud y ansias de tener ya entre tus brazos al nuevo receptor de todo tu cariño. Sin embargo, con frecuencia escuchamos que las abuelas están para consentir y que la labor de criar queda en los padres. Pocas veces relacionamos a los abuelos con la palabra «responsabilidad». La Biblia nos muestra algo diferente.
Cuando mis hijos eran pequeños, constantemente me encontraba imaginando el día en el que ellos crecieran, se casaran y finalmente yo me encontrara arrullando entre mis brazos a mis nietos. Siempre pensé que, si El Señor lo permitía, yo me gozaría con tal bendición. Los años pasaron y llegó el día en el que por primera vez colocaron a mis pequeños nietos en mis brazos. ¡Me convertí en abuela! Aún no encuentro las palabras para expresar lo que mi corazón sintió en ese momento. Fue algo indescriptible.
Algo sí puedo decir: la realidad de tener un hijo y tener nietos es abismalmente diferente. El mundo quiere enseñarnos a ser abuelos, y sin darnos cuenta podemos caer fácilmente bajo su adoctrinamiento, e incluso portar con orgullo el título de «abuela alcahueta». Pero ¿qué significa ese título en realidad? La palabra «alcahueta» define a una persona que encubre u oculta algo. Quizá ahora no suene tan bonito: «abuela que encubre u oculta la conducta de su nieto».
Antes de continuar, vale la pena detenernos y responder las siguientes preguntas con toda sinceridad: ¿Busco agradar al Señor por encima de mis nietos? O quizás ¿busco agradar a mis nietos por encima del Señor? Esto nos dará un buen punto de partida.
Como abuelas que conocemos al Señor, debemos buscar fervientemente Su voluntad para nuestras vidas y seguir las enseñanzas de nuestro Padre, con el fin de ponerlas en práctica también desde nuestro rol de abuelas. Pensando en esto, quisiera compartir contigo los siguientes consejos que nacen de un corazón que: (1) anhela agradar a Dios en este caminar de abuela, (2) anhela bendecir y no desautorizar a sus hijos, y (3) anhela edificar a sus nietos.
1) Sé una abuela que ora
En Proverbios 17:6 leemos: «Corona de ancianos son los hijos de los hijos, y la gloria de los hijos son sus padres».
Cierro los ojos y recuerdo el momento cuando mis brazos sostuvieron por primera vez a mis nietos. Dios me estaba coronando con una gran bendición, pero también con una gran responsabilidad. Lo primero que hice fue orar para dar gracias por su vida, pero también para rogarle al Señor que mis nietos algún día creyeran en Cristo como Salvador y Señor de su vida.
En su carta a los efesios, Pablo anima a la iglesia a perseverar en todo tiempo en oración por todos los santos (Ef 6:18). ¿Has pensado que esto incluye a tus hijos, si son creyentes, y a quienes les rodean? Seamos abuelas que oran también por sus hijos que ahora aprenden a ser padres; que puedan depender de la sabiduría del Señor para encaminar a sus hijos. Ora también por tus nietos para que crezcan en sabiduría y entendimiento.
2) Sé una abuela que enseña la Palabra
«Porque tengo presente la fe sincera que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también» (2 Ti 1:5).
«Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (2 Tim 3:15).
3) Sé una abuela firme en Cristo
«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará tu corazón» (Lc 12:34).
Abuela, tu identidad está en Cristo, no en tu nieto. Como madres, tendemos a luchar con la tentación de enfocar nuestras vidas hacia nuestros hijos, y cuando llegan los nietos esto puede aumentar desmedidamente. Recordemos que nuestro gozo y deleite se encuentran únicamente en Cristo y no en nuestros nietos. Nuestra prioridad sigue siendo Cristo y su reino, así que permanezcamos firmes en Él. Cuando te sientas tentada a quejarte porque no puedes verlos tan seguido como quisieras, recuerda que solamente en Cristo estamos completas (Col 2:10) y quita ese peso de culpa de tus hijos o nietos.
4) Sé una abuela que permite a sus hijos criar a tus nietos
«Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne» (Ef 5:31).
Nuestros hijos salen de casa, forman sus hogares y son los responsables de la crianza de sus hijos. Como abuelas, esa crianza no forma parte de nuestras responsabilidades. Busquemos conducirnos en sabiduría, respetando ese rol que les ha sido encomendado a nuestros hijos.
Ya sea que te encuentres cuidando a tus nietos una buena parte del día, que exista la ausencia parcial o completa de los padres, o que tus hijos no estén disciplinando a tus nietos en la amonestación del Señor, vuelve a leer los puntos anteriores: ora a Dios, comparte el evangelio cada vez que puedas y permanece firme en Él. Habrá momentos en los que debas hablar, pero también en otros será mejor callar.
«Y si alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Stg 1:5).
Libérate del capricho de ser una abuela alcahueta
Si te has enorgullecido vanamente por ser una abuela alcahueta o consentidora, te animo a que juntas pidamos al Señor que examine nuestro corazón y nos muestre aquello de lo que necesitamos arrepentirnos, teniendo la plena certeza del perdón y la libertad que tenemos en Cristo.
Que el Señor nos ayude a ser abuelas que honran a Dios mientras instruyen a sus nietos en sus caminos. Que nos dé oportunidades de compartirles el evangelio en medio de la cotidianidad de la vida, que podamos ser portadoras de consejos sabios y fundamentados en su Palabra. Que Dios haga arder nuestros corazones ante el hermoso privilegio que tenemos como abuelas para hablar la Verdad a una próxima generación, y que conozcan las maravillas del Señor.
Que esta sea nuestra oración siempre:
«Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos» (Dt 4:9).