Vv. 1-4. Quienes no confían en Dios continuamente se desconciertan a sí mismos. La tristeza del
mundo produce muerte. Los israelitas murmuraron contra Moisés y Aarón y, en ellos, reprochaban al
Señor. Miraron atrás con descontento sin causa. Véase la locura de las pasiones desenfrenadas que
hacen que los hombres derrochen lo que la naturaleza cuenta como más querido: la vida misma.
Ellos desean morir como criminales bajo la justicia de Dios antes que vivir en su favor como
vencedores. Por último resuelven que, en lugar de seguir adelante a Canaán, prefieren volver a
Egipto. Los que no andan en el consejo de Dios procuran su propia ruina. ¿Podían esperar que la
nube de Dios los guiara o que su maná los asistiera? Suponiendo que las dificultades para conquistar
Canaán fueran como las imaginaban, pero las de regresar a Egipto eran mucho más grandes. Nos
quejamos de nuestro lugar y suerte y quisiéramos cambiarlos; pero ¿hay en este mundo algún lugar o
situación que no tenga algo en sí que nos incomode si estamos predispuestos a eso? La manera de
mejorar nuestra condición es poner nuestros espíritus en un marco mejor. Véase la necedad de
alejarse de los caminos de Dios. Pero los hombres corren hacia las seguras consecuencias fatales de
un rumbo pecaminoso.