Vv. 18—22. Uno de los escribas se apresuró a prometer; se dice cercano seguidor de Cristo.
Parece muy resuelto. Muchas decisiones religiosas son producidas por una súbita convicción de
pecado, y asumidas sin una debida reflexión; estas llegan a nada. Cuando este escriba ofreció seguir
a Cristo, se podría pensar que Jesús debió sentirse animado; un escriba podía dar más crédito y
servicio que doce pescadores; pero Cristo vio su corazón, y respondió a sus pensamientos, y, enseña
a todos cómo ir a Cristo. Su resolución parece surgir de un principio mundano y codicioso; pero
Cristo no tenía dónde reclinar su cabeza, y si él lo seguía, no debía esperar que le fuera mejor.
Tenemos razón para pensar que este escriba se alejó. —Otro era demasiado lento. La demora en
hacer es, por un lado, tan mala como la prisa para resolver por el otro. Pidió permiso para ocuparse
de enterrar a su padre, y luego se pondría al servicio de Cristo. Esto parecía razonable aunque no era
justo. No tenía celo verdadero por la obra. Enterrar al muerto, especialmente a un padre muerto, es
una buena obra, pero no es tu obra en este momento. Si Cristo requiere nuestro servicio, debe
cederse aun el afecto por los parientes más cercanos y queridos, y por las cosas que no son nuestro
deber. A la mente sin disposición nunca le faltan las excusas. Jesús le dijo: Sígueme, y, sin duda,
salió poder con esta palabra para él como para los otros; siguió a Cristo y se aferró de Él. El escriba
dijo, yo te seguiré; a este otro hombre Cristo le dijo: Sígueme; comparándolos, se ve que somos
llevados a Cristo por la fuerza de su llamado personal, Romanos ix, 16.