Vv. 26—30. La ordenanza de la cena del Señor es para nosotros la cena de la pascua, por la cual
conmemoramos una liberación mucho mayor que la de Israel desde Egipto. “Tomad, comed”; acepta
a Cristo como te es ofrecido; recibe la expiación, apruébala, sométete a su gracia y mando. La carne
que sólo se mira, por muy bien presentada que esté el plato, no alimenta; debe comerse: así debe
pasar con la doctrina de Cristo. “Esto es mi cuerpo” esto es, que significa y representa
espiritualmente su cuerpo. Participamos del sol no teniendo al sol puesto en nuestras manos, sino sus
rayos lanzados para abajo sobre nosotros; así, participamos de Cristo al participar de su gracia y de
los frutos benditos del partimiento de su cuerpo. La sangre de Cristo está significada y representada
por el vino. Él dio gracias, para enseñarnos a mirar a Dios en cada aspecto de la ordenanza. Esta
copa la dio a los discípulos con el mandamiento de: “Bebed de ella todos”. El perdón de pecado es la
gran bendición que se confiere en la cena del Señor a todos los creyentes verdaderos; es el
fundamento de todas las demás bendiciones. —Él aprovecha la comunión para asegurarles la feliz
reunión de nuevo al final: “Hasta aquel día en que lo beba de nuevo con vosotros”, lo que puede
entenderse como las delicias y las glorias del estado futuro, del cual participarán los santos con el
Señor Jesús. Ese será el reino de su Padre; el vino del consuelo será siempre nuevo allí. Mientras
miramos las señales externas del cuerpo de Cristo partido y su sangre derramada por la remisión de
nuestros pecados, recordemos que la fiesta le costó tanto que tuvo que dar, literalmente, su carne
como comida y su sangre como nuestra bebida.