Vv. 44—52. He aquí cuatro parábolas: —1. La del tesoro escondido en el campo. Muchos toman
a la ligera el evangelio porque miran sólo la superficie del campo. Pero todos los que escudriñan las
Escrituras, para hallar en ellas a Cristo y la vida eterna, Juan v, 39, descubrirán tal tesoro que a este
campo lo hace indeciblemente valioso; se aprpopian de él a cualquier costo. Aunque nada pueda
darse como precio por la salvación, sin embargo, mucho debe darse por amor a ella. —2. Todos los
hijos de los hombres están ocupados; uno será rico, otro será honorable, aun otro será docto; pero la
mayoría está engañada y toman las falsificaciones por perlas legítimas. Jesucristo es la Perla de gran
precio; teniéndolo a Él tenemos suficiente para hacernos dichosos aquí y para siempre. El hombre
puede comprar oro muy caro, pero no esta Perla de gran precio. Cuando el pecador convicto ve a
Cristo como el Salvador de gracia, todo lo demás pierde valor para sus pensamientos. —3. El mundo
es un mar ancho, y en su estado natural, los hombres son como los peces. Predicar el evangelio es
echar una red en este mar para pescar algo para gloria de Quien tiene la soberanía sobre este mar.
Los hipócritas y los cristianos verdaderos serán separados: desgraciada es la condición de quienes,
entonces, serán echados fuera. —4. El fiel y diestro ministro del evangelio es un escriba bien
versado en las cosas del evangelio y capaz de enseñarlas. Cristo lo compara con un buen dueño de
casa, que trae los frutos de la cosecha del año anterior y lo recogido este año, abundante y variado,
para tratar a sus amigos. Todas las experiencias antiguas y las observaciones nuevas tienen su
utilidad. Nuestro lugar está a los pies de Cristo, y debemos aprender diariamente de nuevo las viejas
lecciones y, también, las nuevas.