Vv. 1—5. El caso de este hombre era triste; su mano seca que lo incapacitaba para trabajar y ganarse
la vida; quienes tienen este tipo de problema, son los objetos más apropiados para la caridad. Los
que no pueden valerse por sí mismos deben ser socorridos. Pero los infieles obcecados, cuando nada
pueden decir contra la verdad, aun así no se rinden. Oímos lo que se dijo mal y vemos lo que se hizo
mal, pero Cristo mira a la raíz de amargura del corazón, su ceguera y dureza y se entristece.
Tiemblen los pecadores de corazón duro al pensar en la ira con que los mirará dentro de poco
tiempo, cuando llegue el día de su ira. —El gran día de sanidad es ahora, el día de reposo, y el lugar
de sanidad es la casa de oración, pero el poder sanador es de Cristo. El mandato del evangelio es
como el registrado aquí: aunque nuestras manos estén secas, aun así, si no las extendemos, es nuestra
falta que no seamos sanados. Pero si somos sanados, Cristo, su poder y gracia, deben tener toda la
gloria.