Vv. 32—43. Tan pronto como Cristo fue clavado en la cruz, oró por los que lo crucificaron. Él
murió para comprarnos y conseguirnos la gran cosa que es el perdón de pecados. Por esto oró. —
Jesús fue crucificado entre dos ladrones; en ellos se muestran los diferentes efectos que la cruz de
Cristo tiene sobre los hijos de los hombres por la predicación del evangelio. Un malhechor se
endureció hasta el fin. Ninguna aflicción cambiará de por sí un corazón endurecido. El otro se
ablandó al fin: fue sacado como tizón de la hoguera y fue hecho monumento a la misericordia divina.
Esto no estimula a nadie a postergar el arrepentimiento hasta el lecho de muerte, o esperar hallar
entonces misericordia. Cierto es que el arrepentimiento verdadero nunca es demasiado tarde, pero es
tan cierto que el arrepentimiento tardío rara vez es verdadero. Nadie puede estar seguro de tener
tiempo para arrepentirse en la muerte, pero nadie puede tener la seguridad de tener las ventajas que
tuvo este ladrón penitente. —Veremos que este caso es único si observamos los efectos nada
comunes de la gracia de Dios en este hombre. Él reprochó al otro por reírse de Cristo. Reconoció que
merecía lo que le hacían. Creyó que Jesús sufría injustamente. Observe su fe en esta oración. Cristo
estaba sumido en lo hondo de la desgracia, sufriendo como un engañador sin ser librado por su
Padre. Hizo esta profesión antes que mostrara los prodigios, que dieron honra a los sufrimientos de
Cristo, y asombraron al centurión. Creyó en una vida venidera, y deseó ser feliz en esa vida; no
como el otro ladrón, que solo quería ser salvado de la cruz. Véase su humildad en esta oración. Todo
lo que pide es, Señor, acuérdate de mí, dejando enteramente en manos de Jesús el cómo recordarlo.
Así fue humillado en el arrepentimiento verdadero, y dio todos los frutos del arrepentimiento que
permitieron sus circunstancias. —Cristo en la cruz muestra como Cristo en el trono. Aunque estaba
en la lucha y agonía más grandes, aun así, tuvo piedad de un pobre penitente. Por este acto de gracia
tenemos que comprender que Jesucristo murió para abrir el cielo a todos los creyentes penitentes y
obedientes. Es un solo caso en la Escritura; debe enseñarnos a no desesperar de nada, y que nadie
debiera desesperar; pero, para que no se cometa abuso se pone en contraste con el estado espantoso
del otro ladrón que se endureció en la incredulidad, aunque tenía tan cerca al Salvador crucificado.
Téngase la seguridad de que, en general, los hombres mueren como viven.