Vv. 1—5. Era el gran Ángel del pacto, el Verbo, el Hijo de Dios, quien habló con autoridad divina
como Jehová y que ahora los llama a rendir cuentas de su desobediencia. Dios expone lo que ha
hecho por Israel y lo que había prometido. Quienes desechan la comunión con Dios y tienen
comunión con las obras infructuosas de las tinieblas no saben lo que hacen, y nada tendrán que decir
a su favor en el día cercano de la rendición de cuentas. Tienen que esperar sufrimientos a cambio de
su necedad. Se engañan a sí mismos quienes esperan sacar ventaja de su amistad con los enemigos
de Dios. A menudo Dios hace que el pecado de los hombres sea su castigo; hay espinas y trampas en
el camino del obstinado que anda en contra de Dios. —El pueblo lloró, quejándose de su propia
insensatez e ingratitud. Temblaron ante la palabra y no sin causa. Es un prodigio que los pecadores
puedan hasta leer la Biblia con los ojos secos. Si se hubieran mantenido cerca de Dios y de su deber,
ninguna voz sino la de los cánticos se hubiera oído pero, por su pecado y necedad, hicieron otra obra
para sí mismos y nada se oirá sino la voz del lloro. La adoración de Dios, en su propia naturaleza, es
gozo, alabanza y acción de gracias; nuestros pecados solo hacen necesario el llanto. Agrada ver que
los hombres lloren por sus pecados, pero nuestras lágrimas, oraciones y ni aun las enmiendas pueden
expiar el pecado.