Vv. 1—4. Los cristianos son llamados del mundo, de su mal espíritu y temperamento; son llamados
a ponerse por sobre el mundo, para cosas más elevadas y mejores, para el cielo, para las cosas
invisibles y eternas; llamados del pecado a Cristo, de la vanidad a la seriedad, de la inmundicia a la
santidad; y esto conforme al propósito y la gracia divino. Si somos santificados y glorificados, todo
el honor y la gloria deben atribuirse a Dios y a Él solo. Como es Dios quien empieza la obra de
gracia en las almas de los hombres, así es Él quien la ejecuta y la perfecciona. No confiemos en
nosotros ni en nuestra cuota de gracia ya recibida, sino en Él y sólo en Él. La misericordia de Dios es
el manantial y la fuente de todo lo bueno que tenemos o esperamos; la misericordia, no sólo para el
miserable, sino para el culpable. Luego de la misericordia está la paz, que recibimos del sentido de
haber obtenido misericordia. De la paz brota el amor; el amor de Cristo a nosotros, nuestro amor a
Él, y nuestro amor fraternal de los unos a los otros. El apóstol ruega no que los cristianos se
contenten con poco, sino que su alma y sus asociados puedan estar llenas de estas cosas. Nadie es
excluido de la oferta e invitación del evangelio, sino los que obstinada y malvadamente se excluyen
a sí mismos. Pero la aplicación es para todos los creyentes y sólo para ellos. Es para el débil y para el
fuerte. —Los que han recibido la doctrina de esta salvación común deben contender por ella,
eficazmente no furiosamente. Mentir en favor de la verdad es malo; castigar en nombre de la verdad,
no es mejor. Los que han recibido la verdad deben contender por ella como hicieron los apóstoles;
sufriendo con paciencia y valor por ella, no haciendo sufrir a los demás, si ellos no aceptan cada
noción de lo que llamamos fe o juzgamos importante. Debemos contender eficazmente por la fe
oponiéndonos a los que la corrompen o depravan; los que se infiltran sin ser notados; los que reptan
como sierpes. Ellos son los peores impíos, los que toman tan atrevidamente la exhortación a pecar
porque la gracia de Dios abundó y aún abunda tan maravillosamente, y los que están endurecidos por
la magnitud y plenitud de la gracia del evangelio, cuyo designio es librar al hombre del pecado y
llevarlo a Dios.